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sábado, 11 de julio de 2020

NUEVAS CARAS. NUEVOS ROSTROS



NUEVAS CARAS. NUEVOS ROSTROS


Caminando voy por calles desiertas, acompañada de extraños que llevan su mirada clavada en el asfalto. Favorecido es aquel que contempla las maravillas de los sepulcros donde deslumbra la niebla intacta de una multitud afanada a los caprichos de sus propias fantasías. Las grandes ciudades se han convertido en mausoleos solitarios, nadie comparte. Ojos que ya no ven. Manos que ya no sienten. Cuerpos que ya no viven. 

Perplejo yace el pintor inventando colores que le den un nuevo matiz a las nuevas caras, a los nuevos rostros que cada día pasan frente al foco de su pincel. Los lienzos están allí, en exhibición a los arboles de un parque olvidado. Allí se conservan imágenes indómitas con movimientos rítmicos que han escapado de la vibración de aquel pintor, congregando vuelos en medio de la ilusión de aquellos rostros que capturó mientras el rocío mojaba las praderas del monte Danubio, sin que nadie contemplara aquel hermoso momento de manifestación. 

Mientras los cigarrones juegan sobre la hierba, el mundo cae. El mundo se sumerge en la inmundicia de la indiferencia, un círculo deplorable que gira con rapidez, espantando la claridad armónica de las obras primorosas que ofrecen las cuerdas rebeldes de la lira celeste que acompaña a la primavera naciente.  

Y me detengo justo en esa escena. Y me pregunto ¿Ahora somos y no somos? ¿Qué inquieta a las almas que ya no se permiten sentir la delicia de los esplendores paradisiacos que nos regala la creación? El lazo que nos unía, tiempo atrás, se ha roto. No edificamos. Destruimos y mientras lo hacemos, ignoramos lo destruido. ¡Somos tan heterogéneos! Una turba sin linaje, roídos por la confusión que rige el frenesí del insensato. Intacto está el manantial que rodea los cimientos donde brota la verdad que circunda la grandeza de los arcanos.

Sí, veo caras nuevas. Veo almas nuevas  que transitan pérdidas en medio de sus sufrimientos. Almas que balbucean en balde a las osamentas. Los corazones están llenos de grutas huecas, desviando las aspiraciones profundas del capullo que apuesta al triunfo de la curiosidad ondeante en las anchas oleadas del saber. 

Muchos han dejado de escuchar, escuchar con el corazón. La epidemia del sufrimiento ha embargado la luz de los dioses terrestres. En nuestra tierra hay alegría, hay paz, hay amor. Las manifestaciones de vida así lo reflejan. El aroma de las rosas, el nacimiento de cada una de ellas. Sus colores intensos, sus poderes curativos. Todo es amor. Es una energía que nos rodea, que está allí en ese espacio vacío que no queremos ver. Existe un mundo infinito de formas de vida. Destruir el poder del mal que rodea al hombre es imposible si lo hacemos desde el mismo plano. 

Debemos abrir las otras dimensiones, sólo así crearemos la fuerza que hará cara a esos males. Debemos recuperar la conciencia de nuestras propias alas. No olvidar que somos. No olvidar nuestras emociones, nuestros sentimientos. Nuestras expresiones. El centro que le da vitalidad a nuestro espíritu. Todo nace en nosotros. Somos una expresión de la luz como única fuente de la existencia. No tenemos principio ni fin. Somos eternos. Pero si alimentamos el sufrimiento seremos eternos en ese plano, en esa frecuencia, en esa dimensión. Si todos supieran lo que es existir eternamente bajo la vibración del sufrimiento, no desearían vivir más dentro de esos matices grises de vida. 

Los latidos de nuestros corazones están unidos a la armonía del universo. Por eso la frecuencia que ahora sentimos está en caos, pues se ha creado una curvatura en nuestras mentes, en nuestras emociones. Los remolinos no son apacibles, pero si nos acostumbramos a sus estampidas terminaremos por ser cohetes volando en medio de esa tempestad sin ser conscientes de nuestra fatalidad. Debemos agudizar nuestro oído espiritual. 

El silencio es el gran templo del saber. Allí se encuentran depositadas todas las respuestas, todas las verdades. Es un torrente impetuoso que forcejea con nuestra propia incredulidad. Es un rincón donde florecen los goces primaverales que conforta todos los males. Es el sillón flotante que danza en derredor del libre albedrío burlón. Es el rayo vespertino que desnuca el miedo raquítico que espera en la víspera de la osadía. Es el fondo diestro que relumbra el extravagante siniestro de las cadenas. Es el trueno altisonante que incita con gallardía hacer frente a la apatía. 

Somos pequeñas esferas llenas de luz. Somos pequeñas lámparas de Arquímedes. Navegamos en nuestra propia órbita. Angosta es la  estufa si no creemos en ella. Los colores pueden ser escuchados. Todos los colores conservan su propia melodía. Llenemos de colores nuestra vida y obtendremos nuestra mejor melodía, una oda a la vida, una oda austera que sonrojará nuestras mejillas. Reciproco puede ser el sentir si todos nos hacemos conscientes. Inculpar a otros es banal, inculpar a los demás por nuestros sufrimientos es la barrera que nos separa de nuestros acordes. 

Prodigar atrozmente la intriga nos separará de los honores divinos de la eternidad. Irresolutas son las usanzas del mal. Calañas de los mortales que pintan los postes armados para complacer a los coetáneos. Y el mundo está sordo. Y el mundo está ciego. Las caras nuevas, los nuevos rostros prefieren mantener la mirada con fijeza al fondo del pavimento. Espléndido es aquel, que sin fatigar, se enfrenta con brío a las manifestaciones de los tormentos. 

No declines. Párate derecho y mira al frente. Está allí, en el ahora ese gran momento. No bajes la mirada. No te pierdas la vida. Sé y conserva lo mejor de ser. Vela por tu noche. Vela por tu día. No te abandones en la profusión de la desidia. Pulcros son tus pasos, pues para tu alma nada está vedado. 

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Este obra cuyo autor es GLOSMARYS ELEORANA CAMACHO ALBARRAN está bajo una licencia de Reconocimiento-SinObraDerivada 4.0 Internacional de Creative Commons.