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jueves, 24 de septiembre de 2020

CARICIAS INEXACTAS



Y suena el cincel tras los golpes de un martillo. No es el final, es la incorporación de un propósito. Es la cruzada que llevará la solidez de una existencia por la peregrinación de lo no entendido. No se puede concebir lo desconocido, sino se destruye lo conocido y aunque los bloques sean densos la conquista no será un imposible, pero sí una odisea que desenvolverá desgracias y audacias junto a caricias inexactas, provenientes de la timidez que envuelve la metamorfosis de un paradigma que desbocará el camino de la aventura y romperá con el torbellino de marchas triviales, enajenadas en medio de los cuatro puntos cardinales. 

No es el declive de una existencia, no. Por el contrario, es el nacimiento de un ser que ya no quiere retener su propio aroma. Ha dejado de marchitar sus pétalos con su razón, despojándose del olor a pudrición. La ruina se teje cuando pausamos la sangre al dejarla congelar en la frialdad del conflicto de las amarguras. Hay quienes se extravían en la consolación que brinda el nirvana de cada instante, para luego descubrir que la embriaguez del delirio ha naufragado en la mirada perdida de un ser que no encuentra su devenir por luchar contra él. Ha dejado de sufrir por las utopías que se originan en la degradación del hombre. Ahora, al igual que el pensamiento, está retomando su semilla en medio de caricias inexactas, estremeciéndose en sus propias objeciones abstractas. 

Y entonces, el rubor invade sus mejillas tras comprender su ardiente fuerza, sintiendo el calor de pasiones perdidas en los veranos de París, el los inviernos de Rusia, en los otoños de Londres o en las primaveras de Suecia. Y como un ser naciente se mantiene mortal ante la sed de lo absoluto. Adormecido en la locura de un mundo que ha fracasado en las colinas de lo absurdo. Pero todo eso ya no importa. Así como tampoco importa las penas y las glorias de antiguos imperios, contemplados en fósiles que descansan en viejos museos. Y sus frías manos se posan sobre ellos, sintiendo lo que estos fósiles llevan por dentro:

Y ya no siente el miedo invocado. 

Ya no siente el terror de los extraños. 

Ya no siente la lejanía de la bóveda. 

Ya no siente el pavor de la cólera. 

Ya no siente el drama de los deseos. 

Ya no le duele la caída de los pueblos. 

Ya no le estremece la crueldad del conocimiento. 

Ya no suspira por sueños ni lamentos. 

Ya no anhela ni el vacío de los recuerdos. 

Hechizado su espíritu corre por las llanuras de su hermosa alma. No es la ilusión de su propio infinito, es el curso aventurero de vivir una vida que aún no ha consumido. Aflora su melancolía como destello de locura, una delicia que revela el goce absoluto de sus deseos. Ya sin sombras, ya sin veneno, renace en la agonía de los límites del mundo. Sí, el mundo ha tragado sus limites pero ya ni eso importa, cuando se halla el renacimiento. 

¡Adiós prisa! Renunciar a la idea de una multitud en crisis que deambula solitariamente por aquellos cafés que abandonados están de amistades recurrentes, sombras que pronuncian las quejas de patrones existentes, miedos acumulados en el epicentro de los precipicios. Las multitudes ya no concentran fuerzas, las multitudes albergan el terror por su propio aislamiento, por la intensidad de sus propios vacíos. Ahora todos acumulan sus abismos, y ya no congregan el amor que deben tenerse el uno al otro por miedo a perderse con tanto alboroto. 

Chocan los horizontes en los límites de las almas que han dejado de existir en alegría. Opaca es la imagen del infinito que ya no satisface los corazones que antes se perdían en lo absoluto del amor desmedido, todos se han incorporado al sismo de la intolerancia y la bestialidad de la maldad y el conflicto. Hace falta música, sí, música que eleve las almas a un estado puro, lejos de los excesos de la contaminación espiritual. 

Los destellos de luz mueren en suspiros y en miedos, en llantos y tristezas, en gritos y odios, en dolor y recuerdos, en fiebres y nostalgias. Ahora la ausencia de la intensidad sólo refleja la neutralidad de la nada, llamas temblorosas que han abandonado la consumación de la bondad para quemarse en la tristeza.

 ¡Y sus almas duelen, sí, sus almas duelen de padecimiento por infelicidad!

¡No! El amanecer no es la desgracia del solitario, pues él comprende con mirada mística, el horror que constituye vivir bajo la abnegación vehemente de miradas que le siguen en silencio, expresando el perdón hacia ellos por la rareza de su propio ser. 

El pasado puede ser despiadado y cruel, sin embargo entre esa notable variedad de caracteres, el intercambio de lo antiguo por la novedad será el artífice que elevará el furor de la conquista. El solitario no siempre tiene momentos de soledad, el solitario se ahorra el placer de compartir, por eso se sumerge en el silencio de su voluntad, rindiendo culto a lo que admira en aquellos momentos de lucidez con otros, sin que esto implique vulnerabilidad. 

Levantad la mirada y dirige tus pasos a las tormentas elevadas en medio de los desiertos. Lanza tus sombras a merced de la corriente que empuja los vientos y déjalas volar por el ocaso de otros razonamientos. Deja que tu sangre hierva de pasión, sintiendo la vida en la propia agonía de sueños profundos que susurran tus propios deseos, desgarrando la vestimenta de tus anhelos, evocando la melodía que congrega los acordes que acompañan las pulsaciones de tu gran corazón. Exilia el veneno que corroe tu sangre y contamina tu carne, expulsa la perdición de tanta desesperación. 

¡Nada tendrá fuerza si lo consumes en la irradiación de la imaginación!

¡Adiós tranquilidad! Como principal señal de perfecto equilibrio. Las paredes de la imaginación no pueden quedar reducidas a las dimensiones poligonales de la serenidad o de la tolerancia. La visión del mundo está adornada de grandes destellos de intensidad ¡Sí! esa intensidad que está dentro de nuestros fuegos, reducirla al control ennegrece los corazones por ser la futilidad de aquellos que desconocen la vida. 

No declines ante las limitaciones de los otros, cultiva tu propio orden, es la cúspide que te pertenece. No dejes que tus pétalos se marchiten por el oxigeno que otros inhalan. Tienes el dominio de tu propia construcción o destrucción. 

Devuelve la firmeza de la vida, desenmascarando la ausencia de un cielo que ya no lanza rayos a los mortales. 

Devuelve el horizonte que yace silencioso en el sufrimiento de los ojos de aquellos que se han rendido en los raudales.  

Devuelve la belleza de la aurora que yace olvidada en el crepúsculo de lamentaciones abismales. 

Devuelve el calor del amor que yace oculto en el sol eclipsado por la frialdad de una luna llena de lágrimas inconsolables. 

Devuelve la divinidad a la melodía que yace callada en la niebla de las amarguras y de las sombras infernales. 

Devuelve la lirica a la poesía que yace dormida en el mar de las angustias y los vicios de los abusos bestiales. 

¡No hay excusas, tú decides!

¡No! La astucia del genio no está en su disimulo o en su inocencia, pues su ánimo y su carácter carecen de semejantes trucos. Tendrá que inventar una nueva palabra para permanecer en la lucha y desmoronar incluso las ruinas que quedan del pasado. Sin grietas, sin fachadas oblicuas, así es como nace lo desconocido, desde la nada, lejos de la santidad que todo lo perdonaría, sin borrar lo que ya no hace falta. A los santos les agrada acumular para justificar sus propios sacrificios.

¡No! Esta lucha no es para santos, ellos dejaron de ser osados desde que comenzaron a creer en su vago flagelo, creciendo el odio y la amargura en sus almas que ya no serán nacientes, lo podemos ver en el resultado actual de los acontecimientos presentes, luchas que ya no tienen fuerza, ni en los mitos que sostienen las razones de sus actos recurrentes. 

Los acentos que le dan solidez a la vida nacen de lo desconocido, pues es el esplendor de las ausencias. Ataja todo lo que sientas en la verdad, aunque creas que estás lejos de su alcance. No hay infinitos cuando del sentir se trata. El espacio y el tiempo se pierden cuando tocamos con el alma todo aquello que nos da inspiración. Los deseos son esas caricias inexactas que nos conducen por el sendero de la imaginación. No dejes que la fuerza de tus miedos te encorve en el hastío del sufrimiento. Lucha para lograr el no olvido. Y entrega tus dones a las alas que elevan la infinitud del tiempo. 

¡Adiós prejuicios! La agitación profunda de la indignación inquieta, crea la voz temblorosa del viento que abate el juicio villano del remordimiento. La lucidez aborda el terror del sol iluminado, rechazando el ataque desplegado por la violencia evidente que emana de la repulsión de miradas inquisidoras y portadoras de prejuicios vulgares. ¡Sí! vulgares son los prejuicios de esos entes, que no controlan sus más bajas emociones, que hoy por hoy, ya no sostienen los pilares que construyeron hace siglos cuando el ser era elegante, pero sobre todo inocente. 

La chispa de la expiación dará vida a la roca que respira silenciosa en medio de los bosques, embriagando con su dulce melodía los recuerdos que actúan como astillas, ahogando el helado odio que con su dureza oprime la rebeldía. ¡Sí! las rocas tienen vida y van por todos los caminos, implorando al fuego para que las regrese a la existencia con valentía. 

Volver a la sensación que mezcla lágrimas con risas, tristezas con alegrías, esa es la cuestión, el detalle que genera duda ¿Luchar, retar, colmar o resolver, a caso, la quimera dónde descansa la mente? Todas son caricias inexactas que emergen del dolor por la embriaguez que algunos conservan del reflejo de los otros. Siniestro es el oscuro corredizo donde desboca insólitos episodios con sello sarcástico, lo oculto en nuestros sueños se revela en las cumbres donde reposa nuestro centro. 

Los deseos son verdugos que actúan furiosos devorando cada pliegue de un corazón frío. Nada seduce más que aquello que oprime y desgarra con desprecio, así los deseos calma la sed de un corazón sediento, que arde como carbón sin fuego, al atravesar la voluntad en una franca, pero noble determinación. 

Extraña tristeza que concilia al silencio con la soledad, donde la nitidez de los detalles que conforman los recuerdos, se rebela ante los espacios que gana el insomnio, rompiendo con el apacible duelo que mantiene a un frío corazón en llamas.

¡Adiós seriedad! Los sentimientos encienden las más profundas pasiones, no dando lugar a las imitaciones. No hay límites que detengan el ardor de la juventud, y es que el culto a la felicidad no va de la mano de las intransigencias. No hay predicciones cuando el orgullo toma la batuta de los sonetos. Descuelga las razones y las excusas o no sobrevivirán los versos que provienen de la flor que nace en tu alma. 

Los pétalos se marchitan, sí, se marchitan en medio de suposiciones que no se acercan a los motivos de tu alejamiento, sólo conseguirás pudrir tu belleza en la oscuridad de arrebatos que consumen la chispa divina de tu propia sangre. Las arrugas devienen de tanto fruncir el entrecejo. La amargura es la falta de risas constantes. La vida es más que un muñeco de porcelana, donde no caben las líneas de expresión en los gestos. Sonríe, no destierres la alegría de tu existencia. 

¡Conjuga tus deseos con la comedia que te brinda la felicidad! 

 ¡Sí! Es preciso olvidar las consecuencias de los errores. El veneno de la culpa irrita incluso a los francos y nobles. El error es irreal y habita en la mente de quién se sirve de tus actos, no podrás continuar si te detienes a pensar en lo que otros juzgan de tus acciones. Si te sientes bien con lo que haces nada ni nadie podrá hacer mella en tus decisiones, pero si dejas que el tormento que habita en otros, te irrite, habrán conseguido el cometido de quebrar el brillo de tu sol radiante, cambiando tu hermoso semblante. 

Las tormentas son hermosas cuando devienen de nuestro propio centro, pero son horribles cuando provienen del centro de los demás. No lo permitas y comienza a nadar en el manantial de tu ternura, expulsa tu pureza a través de la palabra, de los gestos, de la acción. Conoce la atracción de tu destino, siendo en tu propia realidad, resistiéndote al desequilibrio del mundo que ahora es hostilidad.  

¡Termina todo lo que expresas, en ti!

¡Adiós ridiculez! El enigma de la vehemencia alimenta al loco que yace en ayunas de cordura, quién, con paso tenue, atraviesa la ventana de la verdad llegando al origen. Líbrate del peso que soporta el complejo. La perfección es la metamorfosis de tu propia percepción. Lo bello, lo hermoso lo das tú, aunque algunos quieran imponer sus patrones por tu indecisión. 

Vive en cada átomo que te consume, no desciendas en la perdición que emana de los murmullos de otras voces. No te inclines a las imposiciones que otros llevan en sus corazones, sus adoraciones no necesitan ser tus mismas adoraciones, si adoras tu propio absoluto entenderás lo que significa la aparición de lo supremo, y comenzarás desde el inicio. Abarca tu propio camino y recogerás con ello tu alma, que ha quedado abandonada en medio de las entrañas de la tierra, allí, en medio de la oscuridad yace enterrada y cegada por la pudrición de lo vulgar. Abandona el paraíso de los desnutridos, seres que no emanan más que su propia tristeza. Ellos tienen sus propias razones, y esas razones no son las tuyas. Guarda tu triste mirada dentro del compás de tu propia oda.

¡Tus ojos te pertenecen! 

¡No! Cae el mortal sin dejar su rastro amable y sereno, esbozando tras su último aliento delirios de teorías que en su interior le consumían. Peligrosa es la osadía que tortura lo sagrado desde el filo de la piedra, entonando cantos gregorianos, donde el hierro orgulloso y altivo, callará en medio de un acto falso, enmarcado en los poemas de los inspirados. Abre tus fauces y lánzate al mar de tus profundidades. 

Eres más que las evidencias de tu verdad.

Eres más que la ilusión de tu plenitud.

Eres más que la magia de tu recuerdo.

Eres más que el reflujo de tu nostalgia.

Eres más que la ribera de tu melancolía.

Eres más que la perdición de tu lucidez.

Eres más que el dolor de tu inocencia.

Eres más que las lágrimas de tu rocío.

Eres más que la pereza de tus vicios.

Eres más que la desidia de tu cielo.

Eres más que el color de tu lirico. 

Eres más que la fe que tengo hacia el mundo. 

Simplemente,   

¡Eres la ola que espera un fuerte viento que la levante!

¡Adiós crueldad! El humo de la nostalgia cambiará con los penosos días que suceden, donde los momentos se paralizan en escenas irascibles. El cruel con apariencia de ingenuidad se burlará de la pureza de aquel que obró por sensibilidad. Aún así, no declines, es necesaria la existencia de muros que te obligarán a saltar la indiferencia, pues estarás atado a la existencia de tu ser. No es cinismo, no, son las caricias inexactas de tu propia existencia. 

Disuélvete en tu corazón, mézclate con tu bondad, no actúes como el vinagre sobre el aceite, no se puede sobrevivir si guardas acidez en cada toque de almas. La dulzura no es homogénea a la crueldad, pero de tanto circular juntas terminarán ambas destruyendo la esencia que contienes. Desencadena la lucidez de tu ser, arroja la frialdad de tu cinismo. Sé transparente cuando estés en el fondo de los muros que crees que te detienen. Sé la fuerza de los cuatro vientos, abre tus alas y lánzate al firmamento, no hay límites cuando eres el devenir de lo quimérico.

 ¡Lo evidente del presente es tan relativo, como lo es lo absoluto del futuro infinito!

¡Atención! Se detuvo el latir de un corazón tras perder la magnánima inspiración.

¡Cuidado sangre fría, ya no acaricies! 

Glosmarys Camacho

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