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Todo lo que ocurre afuera es un pasatiempo. La vida yace dentro.

domingo, 9 de junio de 2019

OCÁSCULO






OCÁSCULO

Os concedo un relato un tanto particular en esta noche singular, por ser distinta a las anteriores que parecen todas iguales, en su pluralidad.

Comenzaré por desvestir mis ausencias…

Al final de la tarde escapo del ruido y de la locura vivida en la ciudad para internarme en el silencio de un mirador que con el paso o el transcurrir de los últimos meses, se ha convertido en mi nuevo refugio. Lejana en mente y cuerpo, pero cercana en alma y espíritu, así me siento cuando estoy en este lugar, muy a pesar de algunas situaciones de las cuales no quiero saber nada en absoluto, sin embargo, debo reconocer que es difícil desprenderse de aquello que mueve tu universo interior. Aún así, me he refugiado aquí, alejándome y acercándome a todo, sin tener que desdibujar las fronteras mentales que me separen de la unidad.

Ya es un hábito para mí concederme unas cuantas horas al atardecer para estar aquí. Contemplar el firmamento, mientras el día cierra y renace la noche, es un ritual que ha calado perfectamente dentro de mi ser desde hace mucho tiempo ya, y mi mente se pierde en la inmensidad de esta gran oscuridad que cubre mis sienes. Y lo siento ¿Lo sabéis? Me refiero a esa fuerza involutiva que envuelve el ser en un espiral de emociones, y comprendes y entiendes, y aceptas, con tan sólo observar la grandeza divina de la vida, al lado de la muerte.

Es pensar en el sí y en el no, en un mismo plano dual, y todo se neutraliza, quedando el silencio como única bandera de la verdad. Pues, en esos justos momentos las palabras sobran, las teorías declinan ante lo inexplicable, los razonamientos estorban, las ideas se derrumban tras conceder un efecto cascada, una a una cae por su propia mentira y falsedad, incluso hasta la lógica se torna chistosa y banal. Hasta que emerge dentro de mí ese instante fugaz que grita sin demora: tú verdad no es más que el suspiro profundo de tu propio pensamiento.

Sí, quizás mi pensamiento sea un tanto anarquista, pero es que de eso se trata, no es simplemente un pensamiento frívolo o ególatra que renace de los tantos tropiezos o heridas mal concebidas, a lo largo de las vivencias que me concede el destino como sentido de vida; no, no me refiero a ese asunto, lo que os trato de describir es lo que siento, o lo que he llegado a sentir en este sitio, muy a pesar de la solidez de mis propias convicciones terrenales que a veces, atribuyen conclusiones erradas a mis sensaciones, a mis percepciones, materializadas en indudables emociones que no van alineadas con la supuesta realidad que circunda a ciertos fenómenos divinos y espontáneos, carentes de posibilidades empíricas y razonables, atribuyéndoles penosamente un tilde banal de verdad, cuando en realidad no lo es. Pues, nada es cierto mientras permanezca en el lado oscuro del pensamiento.

Así es, estoy tratando de dibujar a vosotros, a través de las tenues pinceladas de este relato, los minutos de placer que me ha brindado el ocaso en su puesta de sol, como señal de la muerte del día; o el crepúsculo que con su manto oscuro, me permite ver el nacimiento de una nueva noche; y donde ocaso y crepúsculo van de la mano inherentes a mi propia nostalgia, entrelazándose con la melodía de mi feliz melancolía, esfumándose en tenues suspiros, los delirios de esperanza. Y así brilla mi pasión ante el placer de encontrarme de frente con ambos reflejos divinos, que permanecen dibujados sobre el firmamento, esperando la contemplación de aquellos que aún, los mantienen presentes, y no abandonados en el cuarto del olvido.

Sí, ese mismo firmamento, a veces rosado, a veces azul, a veces gris, a veces rojo, otras amarillo; que está en vigilia ante la existencia de una humanidad que sobrevive en su propia agonía o disfruta de su propia felicidad, desechándolo todo, incluso la magia de saberse vivos al final del día. Vida y muerte, muerte y vida, según el contexto que vosotros quisierais darle al justo momento donde el día traslada su soplo de vida a la naciente noche; y es, entonces, cuando sientes el equivalente de esa fuerza que ocurre afuera, y te mueve por dentro, al contemplar tan magnánimo momento.

Todo este sentir, proveniente de una simple observación, se ha convertido en mí única retroalimentación. Si es que podemos hablar de retroalimentación bajo este contexto, pues ésta se ha metamorfoseado en uno de mis feedback predilectos, una energía que con el pasar de las semanas se incrusta en mis sentidos, apoderándose incluso de mi propia voluntad, hasta electrocutar mis huesos.

Sin embargo, hoy inexplicablemente, llegué a este mirador, sin recordar por donde transité. Es cierto. Mientras mi coche se movía, quien sabe por cuales calles de la ciudad, tomando los caminos verdes para evadir las densas colas, mi mente permanecía anclada en los recuerdos de los pasajes que adornan a mi mirador, ni siquiera mantuve control sobre el tiempo, se me olvidó incluso que tenía el reloj puesto, desconociendo cuantos minutos me habían tomado para llegar hasta aquí. Simplemente, cada día, salgo de mis responsabilidades laborales, me subo en mi coche y en cuestión de segundos, ya estoy frente a este viejo mirador. Sin tener nada presente, sin pensar en lo ausente, sin planificar mi estadía, o elaborar algún tópico que dañe mi permanencia en mi refugio. En pocas palabras, me desconecto de todos los subterfugios que me puedan privar de la contemplación. Y descansa mi cuerpo en una de las viejas banquillas que se encuentran aquí. Me acuesto boca arriba y dejo que mis ojos permanezcan clavados en el ocaso, que a lo largo de todo aquel espacio, se manifiesta como único escenario que hace de preludio o abre boca, a lo que luego le sobrevendrá. Y veo pasar las nubes, que movidas por el viento, van dibujando formas abstractas que mi mente ordena para darle sentido a la escena, imaginando  la torre de babel, construida desde arriba, con el propósito de tocar con su cúspide, no a la tierra; no, sino al corazón de los hombres para liberarlos de sus propios dominios. Y yo puedo sentir su textura suave y delicada, a través de mi mirada, y con eso me basta, sé que mis manos pueden destruirla si llegase a tocarla. Hasta que cierra el ocaso, dando paso al anochecer acompañado de las dulces constelaciones. Y mientras ocurre toda aquella escena planetaria; mis pensamientos divagan en lo abstracto de esas historias que voy recreando y armonizando con todo aquello que mis ojos pueden sentir, a medida que me paseo por la luz que desaparece hasta internarse en la profundidad de la oscuridad que emerge desde el silencio, como un manto celestial, para arropar la muerte del día y revelar el nacimiento de la noche. Y justo allí, en ese exacto momento, mis lágrimas comienzan a caer, resbalándose por mis mejillas, como manifestación de mi profunda redención ante la iluminación de tan divino acontecimiento. Es, entonces, cuando me despido de la gracia y el feedback de aquel día que entrega su último aliento de energía para luego, recibir el silencio y la paz de la nueva noche que renace en medio de la oscuridad de un hermoso cielo.

Y es mágico, abismalmente mágico ¿Lo sabéis? ¿Alguno de vosotros ha pensado en el paseo de la muerte cuando viene a llevarse al día? O ¿Ha pensado en el paseo de la divinidad, cuando viene a soplar el nacimiento de una nueva noche? Bueno, exactamente esas dos formas de existencia son las que yo siento. Sí, las siento en sus distintos recorridos, ambas cargadas de anhelos y entregas, sueños concebidos en lo más pleno de la magnificencia y la bondad de la creación. Una suerte de dar y recibir sin esperar o reclamar, sin la ansiedad de la entrega, sin la arrogancia de la exigencia. Como día, sabéis que disteis; como noche, sabéis que entregasteis, y ninguna de las dos manifestaciones está pendiente de las proporciones cuando disteis sin quitar, cuando entregasteis sin perder. Y es cuando me elevo en mis saberes, pues esas manifestaciones son las que siento más allá del calor de mi piel.

Es un momento tan sublime, que observareis como el día le entregará a la noche la continuidad de la vida, aún sabiendo que expirará en el momento que la reciba. Y contemplareis a la noche cómo abre sus ojos, al momento que recibe la continuidad de esa vida. Y contemplareis al mismo tiempo, la muerte del día, quién se desvanecerá con una leve sonrisa. Y aún lado, contemplareis además, a las cigarras y a las luciérnagas que acompañarán el vals de las estrellas que reaparecen para acompañar a la armonía, y pensarás en lo hermosa que es la vida cuando la contemplas con el corazón y la mente abierta. Y te admirarás, no de ti, sino de tu capacidad de sentir en los más profundo del origen vital, sin que con ello implique una renuncia neutral de tus memorias vividas. Y mientras todo aquello abstracto ocurre afuera, muy dentro de mí, algunas imágenes se combinan entre un ir y venir de sueños lúdicos, exhortándome a renegar de la vida que abruma mis días. Me olvido de todo, o al menos casi todo.

No sé si llamarle a esos instantes extraordinarios o prodigiosos, pero de algo si estoy segura, me hechizan cada vez con mayor intensidad. Los escalofríos que invaden mi cuerpo son cada vez más agudos y duraderos. Titilo como si estuviera en pleno invierno, a consecuencia de la emoción que aflora con tan solo tocar con mis frágiles pies, el suelo de este desierto mirador. Mi cuerpo se une a mis sentidos, haciendo de todo aquello un hermoso juego. Y yo, me rindo ante todo aquel destello luminoso, ese sentir profundo e incognoscible. Una emoción que no quiero controlar, porque quiero satisfacerme, convirtiéndome en parte de todo ese juego planetario. Y toda esa sensación, se ha reducido a mi más hermosa paradoja; he de confesar que las confusiones son mi delirio, entorno a lo que provocan o generan fuera de mí y dentro de mí, también. Es por esa razón, esa precisa razón que claudico ante los parajes divinos de este sitio, de este, mi hermoso mirador.

No es un lugar de ensueño, ni mucho menos es algo especial, si tomamos en cuenta el carácter de especial dado por otros; sólo se trata de un lugar abandonado que ya nadie visita o frecuenta, y que ya no es visto por los ojos de la vanidad. Quizás en otros tiempos era el lugar predilecto de jóvenes enamorados que pernoctaban aquí por horas en medio de sus romances; o de poetas, pintores o escritores, y ¿por qué no? hasta vagos, dementes o maleantes; o cualquier otro que haya sentido la magia naciente de sus espacios. Sin embargo, en la actualidad no ocurre así, pues aquel espacio se ha transformado en un sitio abandonado por la falta de presencia humana.

Ahora, simplemente es un mirador que quedó retirado de la gente. Se encuentra ubicado en un lugar muy alto y por donde pasa una carretera antigua que atraviesa la única montaña que rodea la ciudad. Parece un depósito, sí, un depósito de años, de abandono, de recuerdos, de hojas marchitas, de sueños olvidados. Y todo se conjuga en un solo momento, en un único tiempo acompañado de olores añejos, madera roída, árboles viejos, frutos podridos e insectos, haciendo su único oficio. Tiene una baranda de madera muy antigua, pero bastante maciza, aún y cuando está corroída por las polillas, se mantiene fuerte y firme a la orilla. El suelo está cubierto de una suave y tersa grama, que siempre permanece de color verde y fresca por el rocío de la mañana, o la llovizna que acompaña a la neblina que baja al final de la tarde. Tiene una docena de árboles que parecen sus guardianes, colocados uno al lado del otro, a manera de fila horizontal; son bastante altos, y están separados como por diez pasos, lo que permite que el cielo no quede cubierto del todo por sus enormes hojas. Están allí, brindando sombra para quienes se posan cerca, al pie de sus troncos.

A veces, transcurren mis horas, pensando en esos momentos donde me desprendo de todo mientras permanezco en este mirador. Pienso en esos árboles y su razón de existir, pienso en la grama y en su razón de permanecer allí, pienso en las aves, los pájaros, las frutas y hasta los gusanos, pienso en las mariposas, en las cigarras y las luciérnagas, pienso en ellos, pienso en todos, pues cada uno se mantiene en su existencia y los veréis como yo, contemplando el esplendor.

Para quienes no entienden de estas sensaciones, les es difícil comprender que existen sitios en el mundo que te hechizan, te envuelven en su magia, te atrapan en su poder, te eclipsan en sus crepúsculos, en sus fuegos, en sus fuerzas, en sus ardores, en sus ocasos ¿Qué sentimos? ¡Wow! Me atrevería a afirmar, aunque no debería hacerlo, creo que en su lugar me atrevería solo a pincelar lo que siento:

“Siento el magnetismo de una energía que me llena desde la célula más pequeña hasta la más externa. Cada átomo de mi cuerpo se electriza mientras permanezco aquí. Y mi alma, se mantiene en constante regocijo, en un gozo permanente, un estado de excitación profunda, abismal, casi divina. Con tan sólo estar allí, sin hacer nada más. Sólo contemplar el ocaso, la muerte del día y el nacimiento de la noche. Vida y muerte en un santiamén. En un instante todo queda atrás, para dar lugar a un nuevo momento.”

Y veréis como la oscuridad va cubriendo la luz, sin dejar nada a la vista, y poco a poco comienzan a dibujarse los pequeños mapas astrales, las más hermosas constelaciones, formas y figuras que se van manifestando a medida que el tiempo hace sus movimientos. Y te perderéis en medio de esa profundidad, en medio de ese cantar de estrellas. Y en el fondo, te acompañarán las luces de las luciérnagas y las melodías de las cigarras que te rodearán. Y te sentiréis lleno, pleno, vivo y jactado de emociones. Y mientras observéis todo ese cuadro abstracto de creaciones universales, alejadas de la influencia del hombre, la mente sentirá la conexión con ese mundo que todos desconocen, o quizás muy pocos conocen. Sí, así es como me siento, mientras me pierdo en este lugar por dos o cuatro horas al día, no más.

Pero no todo llega hasta aquí, no. No era sólo esto, lo que os quería relatar, pues muy a pesar de las maravillas que os he narrado, aún queda algo que romperá con todo este mágico encanto.

Esta tarde, sí; esta noche, también, se han suscitado ciertos acontecimientos que han alterado el equilibrio y la armonía de mi mirador. Todo ha ocurrido de forma distinta desde el preciso momento en que abandoné mi trabajo para dirigirme aquí. No me sentía igual que las anteriores tardes, al momento que dejé mi oficina. Tomé mi coche y pude recordar por donde transité, ya eso era una mala señal. Incluso mi coche llegó a fallar antes de llegar al mirador. Inesperadamente se apagó en medio de una curva de la vieja carretera. Tuve que hacer unos ajustes a los pistones de la batería que estaban pifiando, o quizás saboteando mi empeño de arribar a mi lugar de descanso. Lamentablemente, mi coche encendió luego de haberle limpiado y ajustado los pistones. Os preguntareis por qué he dicho “lamentablemente”, pues ya lo sabréis.

Cuando faltaban dos curvas para llegar al mirador, dos rocas de gran tamaño que descendían como avalancha desde lo alto de la montaña, aterrizaron hasta cubrir media carretera por donde transitaba. Enseguida pisé el pedal del freno y metí el cambio de velocidad a primera para reducir lo más que pudiera. Por suerte, pude hacerlo a tiempo, pues el parachoques quedó a centímetros de la roca de mayor tamaño. Mi corazón estaba sobresaltado, y mi mente estaba alterada, pues todo aquello nunca había ocurrido por esos lugares. Aún así, luego que pasó el susto, seguí en mi trayecto, sin prestar atención a las señales. Yo simplemente continué por la vía. Aún y cuando se presentaron estos inconvenientes, pude llegar a tiempo a la ceremonia del ocásculo, como le he llamado.

Al llegar al mirador, la neblina que cubría todo era tan densa que no me permitía ver el cielo, para contemplar la muerte del día en todo su esplendor y el nacimiento de la noche. Aquello me incomodó, sentí un súbito escalofrío, pero este escalofrío era distinto, no era como en las otras ocasiones que surgían por la emoción. En esta oportunidad, había comenzado a sentir una especie de temor, un extraño temor, que me lanzaba a sentir terror, pues no podía comprender que provocaba toda aquella sensación. A pesar de lo que estaba sintiendo, me recosté en mi vieja banquilla.

Mis pensamientos se descontrolaron un poco, no podía retomar las visualizaciones de días anteriores, tanto la torre de Babel como  el templo de Zigurat se desplomaron, se esfumaron de un soplido, ya ni las nubes estaban como siempre, sobre el firmamento. Esta vez, las imágenes se mezclaron con un pensamiento que había emergido desde lo más oculto de mí y no sabía de donde provenía o qué lo provocaba. Sólo sé que allí estaba, taladrando y destruyendo los demás pensamientos, acabando con la indulgencia de mi bondad, arruinando las huellas de mis pasos. Aquel extraño pensamiento de manera súbita, se zambulló en la primera forma de existencia que la vida pudo concederle y de la nada salió de mí, para materializarse de manera tan absurda en forma de una luz intensa que cegaba mis ojos, ni yo misma pude entender todo aquel hecho fantástico. Y medité al ver la imagen que descendía exaltante en forma de diamante - ¿Era la estrella que invadía mis sueños?- Me pregunté, a manera de dar una explicación coherente a todo esto. Suspiré profundamente, casi ahogando el vacío que había dejado dentro de mí el desprendimiento de aquel pensamiento. Y se acentuó mi temor, a tal punto, que mi habitual temblor se volvió incontrolable, quizás por la sorpresa impensada.

Incrédula, imité perfectamente la dureza de la roca entregando mi voluntad al olvido, pues aquel pequeño diamante no dejaba de observarme- ¡Puedes dejar de ignorarme!  Dijo el diamante - ¿Ignorarte? ¡De qué hablas! – respondí de manera improvisada, tratando de cortar con el temor que estaba carcomiendo mis entrañas.

Inmediatamente me percaté que aquel coloquio era imposible ¡No podía ser real! Y sacudí mi cabeza fuertemente, tratando de buscar un punto donde pudiese fijar mi mirada y amarrarme a lo real, para no sucumbir a lo que mi imaginación había creado en los últimos minutos. Aunque en el fondo esperaba lo peor, que aquello fuera tan real que ni yo pudiese mantener el control. ¡Bah! Ya tengo tu interés, con eso me conformo, por ahora.- Dijo el diamante, como si estuviera al tanto de mis fantasías mentales.

Hice como si mis oídos no escucharon aquellas palabras y con mi postura mal debatida, me abrí paso a la noche en medio de la densa neblina y comencé a descender por la parte de atrás del mirador, donde me hallaba. Era claro que quería huir de aquel extraño diamante que no dejaba de observarme, pero sobre todo, quería huir de esa voz tan dulce y melodiosa que provocaba una tranquila vibración dentro de mí, a pesar del temor que me embargaba, cuando se quedaba en silencio. Todo aquello era una locura, pues me había sometido a cambios repentinos de emociones que pululaban, sin control dentro de mi cuerpo. Aquello no era correcto, no estaba en mi realidad. Y como si dudara de mi determinación de marcharme de allí, daba pasos en zig zag, esperando a que el pequeño diamante dijera algo distinto y nuevo, para que yo pudiera tener una excusa y detener mi partida. Pero no dijo nada, se mantuvo en silencio, continuaba en su observación, observación que yo sentía con intensidad, con fuerza.

Me sentía desnuda ante la posibilidad de que esa extraña manifestación estrujara dentro de mí, sin mi autorización. Así que continué caminando, trataba de aligerar el paso y correr, pero mis pies no respondían a mis órdenes, respondían más a mis miedos, sin embargo lograba que dieran pasos forzados, que aunque eran cortos, me estaban alejando de aquel sitio.

A medida que descendía por el camino que me llevaría a mi coche, las cigarras cantaban tan fuertemente, que mis oídos sufrían de un dolor maldito, casi esotérico, casi imperceptible a mis sensaciones antiguas, solo puedo decir que sufría de un dolor extraño, el cual se evaporaba cuando me enfocaba en lo que lo producía, dejando escapar mi rabia o generando cólera en mí interior y entonces me pregunté- ¿Desde cuando me molesta tanto el canto de las cigarras? Antes sólo subía al mirador en busca justamente de esa armonía, de esa melodía que me brindaba su dulce canto. Ahora, si me lo preguntáis de nuevo, sólo puedo responder en medio de dolor y llanto: ¡De qué melodía habláis! ¡Son unos insectos endemoniados! ¡Su chirrido enloquecería a cualquiera! ¡Matadlos! Matadlos a todos, a esos bichos raros

Que extraño es todo. Siempre pasé horas en este lugar, me detenía embelesada por el colorido de las estrellas. Una gran bóveda yacía siempre sobre mi pequeña y diminuta cabeza, donde el titilar de las estrellas bailaban al compás del vaivén clásico, que las pequeñas cigarras nocturnas entonaban en sus conciertos de música divina. Todo era esplendido, o al menos eso creía yo, hasta hoy. Aunque, dado los últimos acontecimientos, podría aceptar de una buena vez por todas, que este lugar no es tan mágico y que toda su magia se la he atribuido yo. Aquí, he recitado los más hermosos versos a las luciérnagas que junto a la luna, han contemplado mi ir y venir de paseos lúdicos, y he soltado los versos para luego transformarlos en cuentos oscuros, evocando a los clásicos del misterio y del terror. Un tanto atrevido y un tanto demencial ha sido mi osadía de crear desde la luz para sucumbir en la oscuridad. Así son los paseos por mis líneas ideales. Pero no se han escuchado mal mis pensamientos, por el contrario, han sido mis estallidos, mis delirios los que han alimentado mis ocasos, mis silencios, mis razonamientos, mis elucubraciones mentales que con el tiempo se pintan abismales, como los peñasco que caracterizan los montes de los Alpes. Aún así, reconozco que no he dilapidado mi cajita secreta, pero tampoco la he llenado con cortesías inciertas.

Pude continuar el descenso amargo por aquella solitaria vereda. El camino se iba alargando a medida que aceleraba mis pasos. Al frente, solo resaltaba oscuridad. Yo me preguntaba si el camino que estaba dejando atrás, se vería igual que antes, o peor. Ya no quería mirar, aunque una parte de mi cuerpo quería voltear, me sentía tentada a hacerlo, pero no quería correr riesgos. No deseaba reencontrarme con aquella aparición. Pero mi curiosidad clamaba en silencio que echara un ojito para ver en que estado se encontraba el diamante que de mí salió. Sin embargo, no iba a permitir que mi necia curiosidad me creara nuevos problemas,

Miles de pasos pude dar antes de salir de aquel terrorífico paraje. Por primera vez aquel camino había resultado largo y agotador, a tal punto que al llegar a la avenida que me comunicaba con la ciudad y donde había aparcado el coche, sentí como todo mi cuerpo estaba completamente empapado de sudor. Mi ropa, que por lo general es de algodón, suavemente ligera y holgada, estaba además, completamente húmeda, casi mojada, totalmente impregnada de sudor, si es que se quiere ser más explicito en este asunto particular. Cosa que me extrañó, por eso me enfoco y me detengo en ello, pues tantas noches caminé por aquellos mismos caminos, con la misma distancia, bajo el mismo clima y nunca había transpirado tanto, o quizás no había transpirado tan siquiera un poco. Eso me pasmó ¿Acaso tendría algún tipo de fiebre producto de la aparición? ¿O el miedo que estaba despertando en mí, generaba alguna clase de reacción física que yo no entendía o comprendía, aún? ¡Bah! ¿Cómo saberlo?

En realidad, ya no quería saber nada, vosotros entendéis lo que os digo, llega un momento en que el mismo miedo te obstina, te fastidia, pero no es por el hecho de sentir miedo, es por el hecho de no comprender por qué carajo sentís miedo, sobre todo cuando se trata de suposiciones, ideas, o hechos imaginarios. De algo estoy segura, y es que hoy conocí algo nuevo de mí, algo que no sabia si quiera que habitaba dentro de mí; no hablo del diamante, no, pues tengo mis reservas con respecto a ese hecho aislado, quizás resulte ser una falso positivo de mi mente, pero no es eso a lo que quiero o deseo referirme, en realidad quiero aludir a la rabia que siento o sentí cuando el miedo me embarga o me embargó.

Sí, confieso que hoy por primera  vez se me encendieron las mejillas y no fue por emoción o por vergüenza, no, fue por rabia, enojo hacia mi misma, fue simplemente por sentir miedo. Mi sangre se calentó tanto que quemaban mis mejillas y ni hablar del calor o la fogata que sentí en la boca del estómago. Vaya, todo esa experiencia descongeló por completo el hielo que había generado los escalofríos que provenían de ese miedo catapultado a temor y terror.

Al llegar al coche y justo cuando me disponía a abordarlo, una luz intensa comenzó a alumbrar desde su interior ¡Qué demonios! Me dije...

Sentí nuevamente el repentino escalofrío, pero esta vez un hielo caló desde el inicio de mi columna vertebral, subiendo rápidamente hasta llegar a la nuca. Todo aquello debilitó las fuerzas de mis piernas, quienes sintieron un leve desmayo. Por poco y pierdo el equilibrio, si no es por un momento de lucidez que me hizo agarrar fuertemente el tronco de un árbol que estaba cerca de mi coche. Me embargó un terror enfermizo, si es que se le puede llamar terror al pavor que sentí o al temor que comenzaba a habitar dentro de mí, no había vivido algo así en mi vida o al menos que yo recordara.

No tenía ninguna certeza de saber, si aquella luz estaba relacionada con la que había visto en el mirador. Hablo de esa luz resplandeciente que rodeaba al diamante, pero no quería averiguarlo. Por mí y lo dejaba de paso, sin embargo, muy a mi pesar, resultó que ese era el único vehículo que podía llevarme de regreso a casa. Sería imposible salir de allí por otros medios. Y caminar por esos lados y a esas horas de la noche, no era pertinente.

No obstante, me atreví ¿Sabéis? Así como el inválido se atreve a dar pasos cortos tratando de ver si tiene pleno dominio sobre sus miedos y sobre sus huesos. Llegué a la puerta donde estaba el asiento de piloto de mi coche y al acercarme, el botón de seguridad se desactivó sin que yo lo hiciera. Parecerá tonto, pero el sólo sonido del ¡click! casi explota mi pequeño corazón. Brinqué del susto y al darme cuenta que había sido el click del botón de seguridad del coche, sonreí tontamente, hasta que recordé que mi aparato de la alarma aún estaba guardado en el bolsillo de mi sobretodo, en ese momento mi sonrisa se borró de mi rostro. Sí, os confieso que me inquiete un poco, pero no perdí el control, ni la concentración.

Tomé la manilla de la puerta y la halé hacia arriba. La puerta sin embargo, abrió suavemente, sin que con esto, la luz que venía desde dentro del coche hubiera cesado en su intensidad, por el contrario, se tornó más fuerte, más viva, era como si me estuviera esperando y al verme, se hubiera llenado de emoción.

Inhalé todo el aire que pude hasta llenar mis pulmones antes de entrar, como si me fuera a sumergir en la profundidad del océano. Traté de mantenerme atenta a cualquier cambio de ecuación extraña, mientras metía mis piernas dentro de mi coche, mientras tomaba asiento, mientras el sudor cubría mi cuerpo y empapaba mi ropa nuevamente.

-Tardaste en llegar ¿Dónde estabas?- Aquella voz, no perdió tiempo en pronunciar sus palabras al verme abordar el coche. Ese sonido, esa melodía reducía mi temor ante su manifestación, y yo cedía ante su presencia ¡Otra vez no! Respondí casi a gritos, tratando de espantar aquello, pero era en vano, a pesar de mis esfuerzos por parecer tranquila, mis miedos me delataban vergonzosamente. – ¿Qué te inquieta? ¿Acaso es mi presencia? - Aquella voz no cesaba en calmarme con su dulce melodía.

Yo había decidido enterrar mi mirada sobre el parabrisas, tratando de anclarme a lo terrenal y lograr con ello desprenderme de todo aquello que era producto de mi imaginación. – ¡Mírame!- Dijo de pronto, usando un tono de voz autoritario- ¡Mírame! Y deja de sentirte como un ratón acorralado, esa actitud no te pertenece.-

-¿Quién eres? ¿Qué eres?- Mi mente estaba en blanco, no sabía distinguir ya entre lo real y lo que podía provenir de mi imaginación. Sin embargo, no perdí la oportunidad para aclarar todo aquello, pues algo de sentido tendría que tener toda esa manifestación. Pero la voz no respondió. Se volvió a quedar en silencio. Y mis temores comenzaron a aparecer nuevamente- Habla, habla- me decía desde mi interior, tratando de buscar la calma a través de mis pensamientos, mientras continuaba con mi mirada clavada en el parabrisas. Y mientras miraba, había descubierto el cuerpo de un zancudito, estrellado en el vidrio frontal ¿Vaya cómo se puede estrellar un insecto tan liviano? Se podía ver desde donde yo me encontraba, las patitas aplastadas y estiradas, y el cuerpecito del no tan pequeño zancudito. Esa imagen me calmó un poco, de hecho me hizo olvidar de lo que en ese momento estaba experimentando.

Dejé que transcurrieran algunos minutos, y la intensidad de la luz comenzó a ceder hasta el punto de quedar todo el interior del coche a oscuras. –Se fue- pensé, y fue cuando me atreví a mirar en dirección al asiento de copiloto, y en efecto, ya no había nada, la luz había desaparecido y con ella el diamante, se habían marchado. Ambos se habían esfumado.

Respiré profundo, pero al mismo tiempo lamentaba que ya no estuviera aquella extraña entidad. En lo más oscuro de mi ser, realmente quería saber de quien se trataba.

- ¡Bien! Es hora de partir- Me dije mientras encendía el coche.

Todo transcurrió normal, el coche encendió sin contratiempos, y al acelerar comenzó a andar sin inconvenientes. Di media vuelta y salí del aparcadero para dirigirme a la vieja carretera de regreso a la ciudad. La neblina se había dispersado, así que ya tenía buena visibilidad. Todo estaba normal, al igual que las otras noches. Aquello extraño se había esfumado de la misma manera como se había manifestado.

Bajé no se cuantas curvas, y estaba a punto de entrar a la ciudad cuando de pronto una voz, proveniente del asiento de atrás de mi coche, pronunció algunas palabras ¡Si que eres buena conduciendo! No tardaste ni 15 minutos en llegar hasta aquí.

Por el impacto producido a consecuencia de escuchar aquella voz, pisé el pedal del freno por impulso, un acto reflejo improvisado. El coche comenzó a dar vueltas y vueltas de manera descontrolada. Yo aún me encontraba subsumida en mi miedo y tenía la mente en blanco, no sabía que hacer. Mi pie seguía sobre el pedal del freno. El coche no dejaba de girar hasta que la luz de otro coche que venía en dirección contraria, comenzó a hacer cambios y fue cuando reaccioné. Enseguida solté el pedal del freno y aceleré, tomando el control de la dirección del volante.

¡Uff! ¡Vaya! Esta vez estuvimos casi cerca ¿No? No volveré a decir que eres buena conduciendo– dijo la voz casi con regocijo.

Yo continué conduciendo sin hacer caso a la voz. Ni siquiera me atreví a mirar por el retrovisor. Mis manos comenzaron a sudar nuevamente, y mi cabeza me iba a estallar, hasta los ojos me dolían, aquello fue realmente el colmo de todo lo ocurrido.

Traté de encender el reproductor pero en lugar de funcionar, comenzó a emitir unos sonidos extraños. Los oídos comenzaron a dolerme nuevamente como cuando estaban cantando las cigarras, pero esta vez era con mayor intensidad y además, el dolor estaba acompañado por un zumbido que no me dejaba continuar conduciendo. Tuve que tomar la orilla de la carretera para estacionar el coche y esperar que todo aquel diabólico sonido cesara.

Intenté apagar el reproductor, pero fue en vano -Todo aquello estaba ocurriendo por obra de lo que estaba en el asiento de atrás- Eso pensé mientras observaba todo a mi alrededor para ver que hacer y salir de todo aquel lío ¿Y si se trataba de algún pillo, o algún secuestrador perteneciente a la guerrilla? ¿O si era un violador de esos psicóticos que terminan matando a sus víctimas guardando un trofeo? ¿o si era alguien de la ETA o AL QAEDA que vinieron a reclutarme?- Me hice esas preguntas en voz baja, tratando de ordenar un poco mi percepción, que estaba vuelta un desastre por todo lo sucedido.

-Ok, Raquel, ya no exageres, aquí esos grupos armados no actúan. Sus luchas están en otras ciudades. Deja de hacer tantas suposiciones, porque ya están desbordando tu imaginación a hechos imposibles ¡Y no! No soy nada de eso que estás diciendo- Dijo la voz en respuesta a mis invenciones mentales, y fue allí cuando me di cuenta que se trataba de la voz de un hombre, y además ese hombre era joven, no debía ser tan mayor, pues en su voz aún se podía apreciar la dulzura de la inocencia y la vivacidad de la juventud.

-¡Alto Raquel! – Pensé - Ya ves, estás otra vez dejándote tranquilizar por esa voz ¿Pero es que acaso es la misma voz del diamante? ¡No, no, no posible, no es la misma voz! Pensaba en aquella voz que era casi una melodía, que me envolvía, que me transportaba al cielo y al mismo tiempo me descendía al infierno, y entre el calor del fulgor y el frío del miedo, mi alma se paseaba por tan divinas sensaciones. No, no, era claro que no era la misma voz del diamante del mirador. Pero si se le acercaba. Se le acercaba un poco en su timbre, en su vibración y en su poder de envolverme sin negarme, sin poner reproches, sin resistirme a nada.

-Mírame- Dijo, mientras yo me quebraba la cabeza con pensamientos que no me llevaban a nada- Mírame para que tu miedo se esfume- Fue entonces, cuando me decidí a voltear para mirar hacia el asiento de atrás de mi coche y vi como una suave luz alumbraba el rostro de aquella voz, que poco a poco, iba mostrando su rostro. Y lo vi, por primera vez en esa noche, lo vi.

-¿Raúl? ¿Pero qué haces aquí? – Una gran confusión me invadió en ese instante.

–Te lo dije, si me mirabas ibas a abandonar tus miedos- me contestó Raúl.

Sonreí al ver que era Raúl quien estaba allí, pero enseguida todo un mar de preguntas comenzó a rebotar en mi cabeza.

-Siempre fui yo mi Raquel, allá arriba en el mirador, luego aquí en el coche, pero tú estabas tan subsumida en un no se qué que no te atrevías a verme-  Mientras hablaba, dejaba figurar una malvada sonrisa y comenzó a contar lo que según él, había sucedido.

-Yo, había tenido curiosidad, justamente hoy de saber que hacías todas las tardes, y como siempre te hacia preguntas por tus ausencias y tú nunca me dabas cuenta de tus paseos, decidí seguirte hasta ese sitio. Me escondí detrás de uno de los árboles que estaban en el mirador, mientras te contemplaba cuando te encontrabas acostada en la banquilla. Al cerrar la noche decidí aparecer para asustarte y como estaba muy oscuro, usé una linterna para alumbrarte, sin darme cuenta que encandilé tu vista cuando te enfoqué. Así que sólo te observé cuando comenzaste a bajar por el camino que conducía a donde estaba tu coche. Luego apagué la linterna y me fui corriendo por otro camino para alcanzarte, pensando que se me había pasado la mano con el pequeño susto. Al llegar primero que tú, me metí en tu coche, la luz que salía de aquí cuando llegaste era de esta bendita linterna. Siempre fui yo ¿lo ves? Al notar que tú aún estabas asustada, apagué la linterna y me pasé para el asiento de atrás. Me di cuenta que estabas tan asustada que no podías verme, por el miedo.

Ya estábamos en el apartamento, cuando Raúl terminó de contar su pequeña travesura, estábamos sentados en el sofá y reíamos sin parar por todo lo ocurrido. De pronto, me abrazó fuertemente, sintiendo como mi cuerpo aún temblaba, y me preguntó:

-¿Tiemblas aún por el miedo o ahora tiemblas por tenerme cerca?

Yo no respondí, sólo sonreí maliciosamente.

Pues si, vosotros estaréis decepcionados al igual que yo, de mi miedo y seguramente esperabais otro final. Pero no ha sido así. Ya veis, el miedo también puede lograr que nuestra imaginación vuele por los parajes más oscuros que habitan en nuestra mente, logrando con ello que veamos algunas cosas, como no son. Pero de algo si estoy segura y es que Raúl seguirá siendo para mí, ese hermoso y terrorífico diamante.


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