OCÁSCULO
Os concedo un relato un tanto
particular en esta noche singular, por ser distinta a las anteriores que
parecen todas iguales, en su pluralidad.
Comenzaré por desvestir mis ausencias…
Al final de la tarde escapo del ruido
y de la locura vivida en la ciudad para internarme en el silencio de un mirador
que con el paso o el transcurrir de los últimos meses, se ha convertido en mi
nuevo refugio. Lejana en mente y cuerpo, pero cercana en alma y espíritu, así
me siento cuando estoy en este lugar, muy a pesar de algunas situaciones de las
cuales no quiero saber nada en absoluto, sin embargo, debo reconocer que es
difícil desprenderse de aquello que mueve tu universo interior. Aún así, me he
refugiado aquí, alejándome y acercándome a todo, sin tener que desdibujar las fronteras
mentales que me separen de la unidad.
Ya es un hábito para mí concederme
unas cuantas horas al atardecer para estar aquí. Contemplar el firmamento,
mientras el día cierra y renace la noche, es un ritual que ha calado
perfectamente dentro de mi ser desde hace mucho tiempo ya, y mi mente se pierde
en la inmensidad de esta gran oscuridad que cubre mis sienes. Y lo siento ¿Lo
sabéis? Me refiero a esa fuerza involutiva que envuelve el ser en un espiral de
emociones, y comprendes y entiendes, y aceptas, con tan sólo observar la
grandeza divina de la vida, al lado de la muerte.
Es pensar en el sí y en el no, en un
mismo plano dual, y todo se neutraliza, quedando el silencio como única bandera
de la verdad. Pues, en esos justos momentos las palabras sobran, las teorías
declinan ante lo inexplicable, los razonamientos estorban, las ideas se derrumban
tras conceder un efecto cascada, una a una cae por su propia mentira y
falsedad, incluso hasta la lógica se torna chistosa y banal. Hasta que emerge
dentro de mí ese instante fugaz que grita sin demora: tú verdad no es más que el suspiro profundo de tu propio pensamiento.
Sí, quizás mi pensamiento sea un tanto
anarquista, pero es que de eso se trata, no es simplemente un pensamiento
frívolo o ególatra que renace de los tantos tropiezos o heridas mal concebidas,
a lo largo de las vivencias que me concede el destino como sentido de vida; no,
no me refiero a ese asunto, lo que os trato de describir es lo que siento, o lo
que he llegado a sentir en este sitio, muy a pesar de la solidez de mis propias
convicciones terrenales que a veces, atribuyen conclusiones erradas a mis
sensaciones, a mis percepciones, materializadas en indudables emociones que no
van alineadas con la supuesta realidad que circunda a ciertos fenómenos divinos
y espontáneos, carentes de posibilidades empíricas y razonables, atribuyéndoles
penosamente un tilde banal de verdad, cuando en realidad no lo es. Pues, nada
es cierto mientras permanezca en el lado oscuro del pensamiento.
Así es, estoy tratando de dibujar a
vosotros, a través de las tenues pinceladas de este relato, los minutos de
placer que me ha brindado el ocaso en su puesta de sol, como señal de la muerte
del día; o el crepúsculo que con su manto oscuro, me permite ver el nacimiento
de una nueva noche; y donde ocaso y crepúsculo van de la mano inherentes a mi
propia nostalgia, entrelazándose con la melodía de mi feliz melancolía,
esfumándose en tenues suspiros, los delirios de esperanza. Y así brilla mi
pasión ante el placer de encontrarme de frente con ambos reflejos divinos, que
permanecen dibujados sobre el firmamento, esperando la contemplación de
aquellos que aún, los mantienen presentes, y no abandonados en el cuarto del
olvido.
Sí, ese mismo firmamento, a veces
rosado, a veces azul, a veces gris, a veces rojo, otras amarillo; que está en
vigilia ante la existencia de una humanidad que sobrevive en su propia agonía o
disfruta de su propia felicidad, desechándolo todo, incluso la magia de saberse
vivos al final del día. Vida y muerte, muerte y vida, según el contexto que
vosotros quisierais darle al justo momento donde el día traslada su soplo de
vida a la naciente noche; y es, entonces, cuando sientes el equivalente de esa
fuerza que ocurre afuera, y te mueve por dentro, al contemplar tan magnánimo
momento.
Todo este sentir, proveniente de una
simple observación, se ha convertido en mí única retroalimentación. Si es que
podemos hablar de retroalimentación bajo este contexto, pues ésta se ha
metamorfoseado en uno de mis feedback predilectos, una energía que con el pasar
de las semanas se incrusta en mis sentidos, apoderándose incluso de mi propia
voluntad, hasta electrocutar mis huesos.
Sin embargo, hoy inexplicablemente,
llegué a este mirador, sin recordar por donde transité. Es cierto. Mientras mi
coche se movía, quien sabe por cuales calles de la ciudad, tomando los caminos
verdes para evadir las densas colas, mi mente permanecía anclada en los
recuerdos de los pasajes que adornan a mi mirador, ni siquiera mantuve control
sobre el tiempo, se me olvidó incluso que tenía el reloj puesto, desconociendo
cuantos minutos me habían tomado para llegar hasta aquí. Simplemente, cada día,
salgo de mis responsabilidades laborales, me subo en mi coche y en cuestión de
segundos, ya estoy frente a este viejo mirador. Sin tener nada presente, sin
pensar en lo ausente, sin planificar mi estadía, o elaborar algún tópico que
dañe mi permanencia en mi refugio. En pocas palabras, me desconecto de todos
los subterfugios que me puedan privar de la contemplación. Y descansa mi cuerpo
en una de las viejas banquillas que se encuentran aquí. Me acuesto boca arriba
y dejo que mis ojos permanezcan clavados en el ocaso, que a lo largo de todo
aquel espacio, se manifiesta como único escenario que hace de preludio o abre
boca, a lo que luego le sobrevendrá. Y veo pasar las nubes, que movidas por el
viento, van dibujando formas abstractas que mi mente ordena para darle sentido
a la escena, imaginando la torre de
babel, construida desde arriba, con el propósito de tocar con su cúspide, no a
la tierra; no, sino al corazón de los hombres para liberarlos de sus propios
dominios. Y yo puedo sentir su textura suave y delicada, a través de mi mirada,
y con eso me basta, sé que mis manos pueden destruirla si llegase a tocarla.
Hasta que cierra el ocaso, dando paso al anochecer acompañado de las dulces
constelaciones. Y mientras ocurre toda aquella escena planetaria; mis
pensamientos divagan en lo abstracto de esas historias que voy recreando y
armonizando con todo aquello que mis ojos pueden sentir, a medida que me paseo
por la luz que desaparece hasta internarse en la profundidad de la oscuridad
que emerge desde el silencio, como un manto celestial, para arropar la muerte
del día y revelar el nacimiento de la noche. Y justo allí, en ese exacto
momento, mis lágrimas comienzan a caer, resbalándose por mis mejillas, como
manifestación de mi profunda redención ante la iluminación de tan divino
acontecimiento. Es, entonces, cuando me despido de la gracia y el feedback de
aquel día que entrega su último aliento de energía para luego, recibir el
silencio y la paz de la nueva noche que renace en medio de la oscuridad de un
hermoso cielo.
Y es mágico, abismalmente mágico ¿Lo
sabéis? ¿Alguno de vosotros ha pensado en el paseo de la muerte cuando viene a
llevarse al día? O ¿Ha pensado en el paseo de la divinidad, cuando viene a
soplar el nacimiento de una nueva noche? Bueno, exactamente esas dos formas de
existencia son las que yo siento. Sí, las siento en sus distintos recorridos,
ambas cargadas de anhelos y entregas, sueños concebidos en lo más pleno de la
magnificencia y la bondad de la creación. Una suerte de dar y recibir sin
esperar o reclamar, sin la ansiedad de la entrega, sin la arrogancia de la
exigencia. Como día, sabéis que disteis; como noche, sabéis que entregasteis, y
ninguna de las dos manifestaciones está pendiente de las proporciones cuando
disteis sin quitar, cuando entregasteis sin perder. Y es cuando me elevo en mis
saberes, pues esas manifestaciones son las que siento más allá del calor de mi
piel.
Es un momento tan sublime, que
observareis como el día le entregará a la noche la continuidad de la vida, aún
sabiendo que expirará en el momento que la reciba. Y contemplareis a la noche
cómo abre sus ojos, al momento que recibe la continuidad de esa vida. Y
contemplareis al mismo tiempo, la muerte del día, quién se desvanecerá con una
leve sonrisa. Y aún lado, contemplareis además, a las cigarras y a las
luciérnagas que acompañarán el vals de las estrellas que reaparecen para
acompañar a la armonía, y pensarás en lo hermosa que es la vida cuando la
contemplas con el corazón y la mente abierta. Y te admirarás, no de ti, sino de
tu capacidad de sentir en los más profundo del origen vital, sin que con ello
implique una renuncia neutral de tus memorias vividas. Y mientras todo aquello
abstracto ocurre afuera, muy dentro de mí, algunas imágenes se combinan entre
un ir y venir de sueños lúdicos, exhortándome a renegar de la vida que abruma
mis días. Me olvido de todo, o al menos casi todo.
No sé si llamarle a esos instantes
extraordinarios o prodigiosos, pero de algo si estoy segura, me hechizan cada
vez con mayor intensidad. Los escalofríos que invaden mi cuerpo son cada vez
más agudos y duraderos. Titilo como si estuviera en pleno invierno, a
consecuencia de la emoción que aflora con tan solo tocar con mis frágiles pies,
el suelo de este desierto mirador. Mi cuerpo se une a mis sentidos, haciendo de
todo aquello un hermoso juego. Y yo, me rindo ante todo aquel destello
luminoso, ese sentir profundo e incognoscible. Una emoción que no quiero
controlar, porque quiero satisfacerme, convirtiéndome en parte de todo ese
juego planetario. Y toda esa sensación, se ha reducido a mi más hermosa
paradoja; he de confesar que las confusiones son mi delirio, entorno a lo que
provocan o generan fuera de mí y dentro de mí, también. Es por esa razón, esa
precisa razón que claudico ante los parajes divinos de este sitio, de este, mi
hermoso mirador.
No es un lugar de ensueño, ni mucho
menos es algo especial, si tomamos en cuenta el carácter de especial dado por
otros; sólo se trata de un lugar abandonado que ya nadie visita o frecuenta, y
que ya no es visto por los ojos de la vanidad. Quizás en otros tiempos era el
lugar predilecto de jóvenes enamorados que pernoctaban aquí por horas en medio
de sus romances; o de poetas, pintores o escritores, y ¿por qué no? hasta
vagos, dementes o maleantes; o cualquier otro que haya sentido la magia
naciente de sus espacios. Sin embargo, en la actualidad no ocurre así, pues
aquel espacio se ha transformado en un sitio abandonado por la falta de
presencia humana.
Ahora, simplemente es un mirador que
quedó retirado de la gente. Se encuentra ubicado en un lugar muy alto y por
donde pasa una carretera antigua que atraviesa la única montaña que rodea la
ciudad. Parece un depósito, sí, un depósito de años, de abandono, de recuerdos,
de hojas marchitas, de sueños olvidados. Y todo se conjuga en un solo momento,
en un único tiempo acompañado de olores añejos, madera roída, árboles viejos,
frutos podridos e insectos, haciendo su único oficio. Tiene una baranda de
madera muy antigua, pero bastante maciza, aún y cuando está corroída por las
polillas, se mantiene fuerte y firme a la orilla. El suelo está cubierto de una
suave y tersa grama, que siempre permanece de color verde y fresca por el rocío
de la mañana, o la llovizna que acompaña a la neblina que baja al final de la
tarde. Tiene una docena de árboles que parecen sus guardianes, colocados uno al
lado del otro, a manera de fila horizontal; son bastante altos, y están
separados como por diez pasos, lo que permite que el cielo no quede cubierto
del todo por sus enormes hojas. Están allí, brindando sombra para quienes se
posan cerca, al pie de sus troncos.
A veces, transcurren mis horas,
pensando en esos momentos donde me desprendo de todo mientras permanezco en
este mirador. Pienso en esos árboles y su razón de existir, pienso en la grama
y en su razón de permanecer allí, pienso en las aves, los pájaros, las frutas y
hasta los gusanos, pienso en las mariposas, en las cigarras y las luciérnagas,
pienso en ellos, pienso en todos, pues cada uno se mantiene en su existencia y
los veréis como yo, contemplando el esplendor.
Para quienes no entienden de estas
sensaciones, les es difícil comprender que existen sitios en el mundo que te
hechizan, te envuelven en su magia, te atrapan en su poder, te eclipsan en sus
crepúsculos, en sus fuegos, en sus fuerzas, en sus ardores, en sus ocasos ¿Qué
sentimos? ¡Wow! Me atrevería a afirmar, aunque no debería hacerlo, creo que en
su lugar me atrevería solo a pincelar lo que siento:
“Siento el magnetismo de una energía
que me llena desde la célula más pequeña hasta la más externa. Cada átomo de mi
cuerpo se electriza mientras permanezco aquí. Y mi alma, se mantiene en
constante regocijo, en un gozo permanente, un estado de excitación profunda,
abismal, casi divina. Con tan sólo estar allí, sin hacer nada más. Sólo
contemplar el ocaso, la muerte del día y el nacimiento de la noche. Vida y
muerte en un santiamén. En un instante todo queda atrás, para dar lugar a un
nuevo momento.”
Y veréis como la oscuridad va
cubriendo la luz, sin dejar nada a la vista, y poco a poco comienzan a
dibujarse los pequeños mapas astrales, las más hermosas constelaciones, formas
y figuras que se van manifestando a medida que el tiempo hace sus movimientos.
Y te perderéis en medio de esa profundidad, en medio de ese cantar de
estrellas. Y en el fondo, te acompañarán las luces de las luciérnagas y las
melodías de las cigarras que te rodearán. Y te sentiréis lleno, pleno, vivo y
jactado de emociones. Y mientras observéis todo ese cuadro abstracto de
creaciones universales, alejadas de la influencia del hombre, la mente sentirá
la conexión con ese mundo que todos desconocen, o quizás muy pocos conocen. Sí,
así es como me siento, mientras me pierdo en este lugar por dos o cuatro horas
al día, no más.
Pero no todo llega hasta aquí, no. No
era sólo esto, lo que os quería relatar, pues muy a pesar de las maravillas que
os he narrado, aún queda algo que romperá con todo este mágico encanto.
Esta tarde, sí; esta noche, también,
se han suscitado ciertos acontecimientos que han alterado el equilibrio y la
armonía de mi mirador. Todo ha ocurrido de forma distinta desde el preciso
momento en que abandoné mi trabajo para dirigirme aquí. No me sentía igual que
las anteriores tardes, al momento que dejé mi oficina. Tomé mi coche y pude recordar
por donde transité, ya eso era una mala señal. Incluso mi coche llegó a fallar
antes de llegar al mirador. Inesperadamente se apagó en medio de una curva de
la vieja carretera. Tuve que hacer unos ajustes a los pistones de la batería
que estaban pifiando, o quizás saboteando mi empeño de arribar a mi lugar de
descanso. Lamentablemente, mi coche encendió luego de haberle limpiado y
ajustado los pistones. Os preguntareis por qué he dicho “lamentablemente”, pues
ya lo sabréis.
Cuando faltaban dos curvas para llegar
al mirador, dos rocas de gran tamaño que descendían como avalancha desde lo
alto de la montaña, aterrizaron hasta cubrir media carretera por donde
transitaba. Enseguida pisé el pedal del freno y metí el cambio de velocidad a
primera para reducir lo más que pudiera. Por suerte, pude hacerlo a tiempo,
pues el parachoques quedó a centímetros de la roca de mayor tamaño. Mi corazón
estaba sobresaltado, y mi mente estaba alterada, pues todo aquello nunca había
ocurrido por esos lugares. Aún así, luego que pasó el susto, seguí en mi
trayecto, sin prestar atención a las señales. Yo simplemente continué por la
vía. Aún y cuando se presentaron estos inconvenientes, pude llegar a tiempo a
la ceremonia del ocásculo, como le he llamado.
Al llegar al mirador, la neblina que
cubría todo era tan densa que no me permitía ver el cielo, para contemplar la
muerte del día en todo su esplendor y el nacimiento de la noche. Aquello me
incomodó, sentí un súbito escalofrío, pero este escalofrío era distinto, no era
como en las otras ocasiones que surgían por la emoción. En esta oportunidad,
había comenzado a sentir una especie de temor, un extraño temor, que me lanzaba
a sentir terror, pues no podía comprender que provocaba toda aquella sensación.
A pesar de lo que estaba sintiendo, me recosté en mi vieja banquilla.
Mis pensamientos se descontrolaron un
poco, no podía retomar las visualizaciones de días anteriores, tanto la torre
de Babel como el templo de Zigurat se
desplomaron, se esfumaron de un soplido, ya ni las nubes estaban como siempre,
sobre el firmamento. Esta vez, las imágenes se mezclaron con un pensamiento que
había emergido desde lo más oculto de mí y no sabía de donde provenía o qué lo
provocaba. Sólo sé que allí estaba, taladrando y destruyendo los demás pensamientos,
acabando con la indulgencia de mi bondad, arruinando las huellas de mis pasos.
Aquel extraño pensamiento de manera súbita, se zambulló en la primera forma de
existencia que la vida pudo concederle y de la nada salió de mí, para
materializarse de manera tan absurda en forma de una luz intensa que cegaba mis
ojos, ni yo misma pude entender todo aquel hecho fantástico. Y medité al ver la
imagen que descendía exaltante en forma de diamante - ¿Era la estrella que
invadía mis sueños?- Me pregunté, a manera de dar una explicación coherente a
todo esto. Suspiré profundamente, casi ahogando el vacío que había dejado
dentro de mí el desprendimiento de aquel pensamiento. Y se acentuó mi temor, a
tal punto, que mi habitual temblor se volvió incontrolable, quizás por la
sorpresa impensada.
Incrédula, imité perfectamente la
dureza de la roca entregando mi voluntad al olvido, pues aquel pequeño diamante
no dejaba de observarme- ¡Puedes dejar de ignorarme! Dijo el diamante - ¿Ignorarte? ¡De qué
hablas! – respondí de manera improvisada, tratando de cortar con el temor que
estaba carcomiendo mis entrañas.
Inmediatamente me percaté que aquel
coloquio era imposible ¡No podía ser real! Y sacudí mi cabeza fuertemente,
tratando de buscar un punto donde pudiese fijar mi mirada y amarrarme a lo
real, para no sucumbir a lo que mi imaginación había creado en los últimos
minutos. Aunque en el fondo esperaba lo peor, que aquello fuera tan real que ni
yo pudiese mantener el control. ¡Bah! Ya tengo tu interés, con eso me conformo,
por ahora.- Dijo el diamante, como si estuviera al tanto de mis fantasías
mentales.
Hice como si mis oídos no escucharon
aquellas palabras y con mi postura mal debatida, me abrí paso a la noche en
medio de la densa neblina y comencé a descender por la parte de atrás del
mirador, donde me hallaba. Era claro que quería huir de aquel extraño diamante
que no dejaba de observarme, pero sobre todo, quería huir de esa voz tan dulce
y melodiosa que provocaba una tranquila vibración dentro de mí, a pesar del
temor que me embargaba, cuando se quedaba en silencio. Todo aquello era una
locura, pues me había sometido a cambios repentinos de emociones que pululaban,
sin control dentro de mi cuerpo. Aquello no era correcto, no estaba en mi
realidad. Y como si dudara de mi determinación de marcharme de allí, daba pasos
en zig zag, esperando a que el pequeño diamante dijera algo distinto y nuevo,
para que yo pudiera tener una excusa y detener mi partida. Pero no dijo nada,
se mantuvo en silencio, continuaba en su observación, observación que yo sentía
con intensidad, con fuerza.
Me sentía desnuda ante la posibilidad
de que esa extraña manifestación estrujara dentro de mí, sin mi autorización.
Así que continué caminando, trataba de aligerar el paso y correr, pero mis pies
no respondían a mis órdenes, respondían más a mis miedos, sin embargo lograba
que dieran pasos forzados, que aunque eran cortos, me estaban alejando de aquel
sitio.
A medida que descendía por el camino
que me llevaría a mi coche, las cigarras cantaban tan fuertemente, que mis
oídos sufrían de un dolor maldito, casi esotérico, casi imperceptible a mis
sensaciones antiguas, solo puedo decir que sufría de un dolor extraño, el cual
se evaporaba cuando me enfocaba en lo que lo producía, dejando escapar mi rabia
o generando cólera en mí interior y entonces me pregunté- ¿Desde cuando me
molesta tanto el canto de las cigarras? Antes sólo subía al mirador en busca
justamente de esa armonía, de esa melodía que me brindaba su dulce canto.
Ahora, si me lo preguntáis de nuevo, sólo puedo responder en medio de dolor y
llanto: ¡De qué melodía habláis! ¡Son unos insectos endemoniados! ¡Su chirrido
enloquecería a cualquiera! ¡Matadlos! Matadlos a todos, a esos bichos raros
Que extraño es todo. Siempre pasé
horas en este lugar, me detenía embelesada por el colorido de las estrellas.
Una gran bóveda yacía siempre sobre mi pequeña y diminuta cabeza, donde el
titilar de las estrellas bailaban al compás del vaivén clásico, que las
pequeñas cigarras nocturnas entonaban en sus conciertos de música divina. Todo
era esplendido, o al menos eso creía yo, hasta hoy. Aunque, dado los últimos
acontecimientos, podría aceptar de una buena vez por todas, que este lugar no
es tan mágico y que toda su magia se la he atribuido yo. Aquí, he recitado los
más hermosos versos a las luciérnagas que junto a la luna, han contemplado mi
ir y venir de paseos lúdicos, y he soltado los versos para luego transformarlos
en cuentos oscuros, evocando a los clásicos del misterio y del terror. Un tanto
atrevido y un tanto demencial ha sido mi osadía de crear desde la luz para
sucumbir en la oscuridad. Así son los paseos por mis líneas ideales. Pero no se
han escuchado mal mis pensamientos, por el contrario, han sido mis estallidos,
mis delirios los que han alimentado mis ocasos, mis silencios, mis
razonamientos, mis elucubraciones mentales que con el tiempo se pintan
abismales, como los peñasco que caracterizan los montes de los Alpes. Aún así,
reconozco que no he dilapidado mi cajita secreta, pero tampoco la he llenado
con cortesías inciertas.
Pude continuar el descenso amargo por
aquella solitaria vereda. El camino se iba alargando a medida que aceleraba mis
pasos. Al frente, solo resaltaba oscuridad. Yo me preguntaba si el camino que
estaba dejando atrás, se vería igual que antes, o peor. Ya no quería mirar,
aunque una parte de mi cuerpo quería voltear, me sentía tentada a hacerlo, pero
no quería correr riesgos. No deseaba reencontrarme con aquella aparición. Pero
mi curiosidad clamaba en silencio que echara un ojito para ver en que estado se
encontraba el diamante que de mí salió. Sin embargo, no iba a permitir que mi
necia curiosidad me creara nuevos problemas,
Miles de pasos pude dar antes de salir
de aquel terrorífico paraje. Por primera vez aquel camino había resultado largo
y agotador, a tal punto que al llegar a la avenida que me comunicaba con la
ciudad y donde había aparcado el coche, sentí como todo mi cuerpo estaba
completamente empapado de sudor. Mi ropa, que por lo general es de algodón, suavemente
ligera y holgada, estaba además, completamente húmeda, casi mojada, totalmente
impregnada de sudor, si es que se quiere ser más explicito en este asunto
particular. Cosa que me extrañó, por eso me enfoco y me detengo en ello, pues
tantas noches caminé por aquellos mismos caminos, con la misma distancia, bajo
el mismo clima y nunca había transpirado tanto, o quizás no había transpirado
tan siquiera un poco. Eso me pasmó ¿Acaso tendría algún tipo de fiebre producto
de la aparición? ¿O el miedo que estaba despertando en mí, generaba alguna
clase de reacción física que yo no entendía o comprendía, aún? ¡Bah! ¿Cómo
saberlo?
En realidad, ya no quería saber nada,
vosotros entendéis lo que os digo, llega un momento en que el mismo miedo te
obstina, te fastidia, pero no es por el hecho de sentir miedo, es por el hecho
de no comprender por qué carajo sentís miedo, sobre todo cuando se trata de
suposiciones, ideas, o hechos imaginarios. De algo estoy segura, y es que hoy
conocí algo nuevo de mí, algo que no sabia si quiera que habitaba dentro de mí;
no hablo del diamante, no, pues tengo mis reservas con respecto a ese hecho
aislado, quizás resulte ser una falso positivo de mi mente, pero no es eso a lo
que quiero o deseo referirme, en realidad quiero aludir a la rabia que siento o
sentí cuando el miedo me embarga o me embargó.
Sí, confieso que hoy por primera vez se me encendieron las mejillas y no fue
por emoción o por vergüenza, no, fue por rabia, enojo hacia mi misma, fue
simplemente por sentir miedo. Mi sangre se calentó tanto que quemaban mis
mejillas y ni hablar del calor o la fogata que sentí en la boca del estómago.
Vaya, todo esa experiencia descongeló por completo el hielo que había generado
los escalofríos que provenían de ese miedo catapultado a temor y terror.
Al llegar al coche y justo cuando me
disponía a abordarlo, una luz intensa comenzó a alumbrar desde su interior ¡Qué
demonios! Me dije...
Sentí nuevamente el repentino
escalofrío, pero esta vez un hielo caló desde el inicio de mi columna
vertebral, subiendo rápidamente hasta llegar a la nuca. Todo aquello debilitó
las fuerzas de mis piernas, quienes sintieron un leve desmayo. Por poco y
pierdo el equilibrio, si no es por un momento de lucidez que me hizo agarrar
fuertemente el tronco de un árbol que estaba cerca de mi coche. Me embargó un
terror enfermizo, si es que se le puede llamar terror al pavor que sentí o al
temor que comenzaba a habitar dentro de mí, no había vivido algo así en mi vida
o al menos que yo recordara.
No tenía ninguna certeza de saber, si
aquella luz estaba relacionada con la que había visto en el mirador. Hablo de
esa luz resplandeciente que rodeaba al diamante, pero no quería averiguarlo.
Por mí y lo dejaba de paso, sin embargo, muy a mi pesar, resultó que ese era el
único vehículo que podía llevarme de regreso a casa. Sería imposible salir de
allí por otros medios. Y caminar por esos lados y a esas horas de la noche, no
era pertinente.
No obstante, me atreví ¿Sabéis? Así
como el inválido se atreve a dar pasos cortos tratando de ver si tiene pleno
dominio sobre sus miedos y sobre sus huesos. Llegué a la puerta donde estaba el
asiento de piloto de mi coche y al acercarme, el botón de seguridad se
desactivó sin que yo lo hiciera. Parecerá tonto, pero el sólo sonido del
¡click! casi explota mi pequeño corazón. Brinqué del susto y al darme cuenta
que había sido el click del botón de seguridad del coche, sonreí tontamente,
hasta que recordé que mi aparato de la alarma aún estaba guardado en el
bolsillo de mi sobretodo, en ese momento mi sonrisa se borró de mi rostro. Sí,
os confieso que me inquiete un poco, pero no perdí el control, ni la
concentración.
Tomé la manilla de la puerta y la halé
hacia arriba. La puerta sin embargo, abrió suavemente, sin que con esto, la luz
que venía desde dentro del coche hubiera cesado en su intensidad, por el
contrario, se tornó más fuerte, más viva, era como si me estuviera esperando y
al verme, se hubiera llenado de emoción.
Inhalé todo el aire que pude hasta
llenar mis pulmones antes de entrar, como si me fuera a sumergir en la
profundidad del océano. Traté de mantenerme atenta a cualquier cambio de
ecuación extraña, mientras metía mis piernas dentro de mi coche, mientras
tomaba asiento, mientras el sudor cubría mi cuerpo y empapaba mi ropa
nuevamente.
-Tardaste en llegar ¿Dónde estabas?-
Aquella voz, no perdió tiempo en pronunciar sus palabras al verme abordar el
coche. Ese sonido, esa melodía reducía mi temor ante su manifestación, y yo
cedía ante su presencia ¡Otra vez no! Respondí casi a gritos, tratando de
espantar aquello, pero era en vano, a pesar de mis esfuerzos por parecer
tranquila, mis miedos me delataban vergonzosamente. – ¿Qué te inquieta? ¿Acaso
es mi presencia? - Aquella voz no cesaba en calmarme con su dulce melodía.
Yo había decidido enterrar mi mirada
sobre el parabrisas, tratando de anclarme a lo terrenal y lograr con ello
desprenderme de todo aquello que era producto de mi imaginación. – ¡Mírame!-
Dijo de pronto, usando un tono de voz autoritario- ¡Mírame! Y deja de sentirte
como un ratón acorralado, esa actitud no te pertenece.-
-¿Quién eres? ¿Qué eres?- Mi mente
estaba en blanco, no sabía distinguir ya entre lo real y lo que podía provenir
de mi imaginación. Sin embargo, no perdí la oportunidad para aclarar todo
aquello, pues algo de sentido tendría que tener toda esa manifestación. Pero la
voz no respondió. Se volvió a quedar en silencio. Y mis temores comenzaron a
aparecer nuevamente- Habla, habla- me decía desde mi interior, tratando de
buscar la calma a través de mis pensamientos, mientras continuaba con mi mirada
clavada en el parabrisas. Y mientras miraba, había descubierto el cuerpo de un
zancudito, estrellado en el vidrio frontal ¿Vaya cómo se puede estrellar un
insecto tan liviano? Se podía ver desde donde yo me encontraba, las patitas
aplastadas y estiradas, y el cuerpecito del no tan pequeño zancudito. Esa
imagen me calmó un poco, de hecho me hizo olvidar de lo que en ese momento
estaba experimentando.
Dejé que transcurrieran algunos
minutos, y la intensidad de la luz comenzó a ceder hasta el punto de quedar
todo el interior del coche a oscuras. –Se fue- pensé, y fue cuando me atreví a
mirar en dirección al asiento de copiloto, y en efecto, ya no había nada, la
luz había desaparecido y con ella el diamante, se habían marchado. Ambos se
habían esfumado.
Respiré profundo, pero al mismo tiempo
lamentaba que ya no estuviera aquella extraña entidad. En lo más oscuro de mi
ser, realmente quería saber de quien se trataba.
- ¡Bien! Es hora de partir- Me dije
mientras encendía el coche.
Todo transcurrió normal, el coche
encendió sin contratiempos, y al acelerar comenzó a andar sin inconvenientes. Di
media vuelta y salí del aparcadero para dirigirme a la vieja carretera de
regreso a la ciudad. La neblina se había dispersado, así que ya tenía buena
visibilidad. Todo estaba normal, al igual que las otras noches. Aquello extraño
se había esfumado de la misma manera como se había manifestado.
Bajé no se cuantas curvas, y estaba a
punto de entrar a la ciudad cuando de pronto una voz, proveniente del asiento
de atrás de mi coche, pronunció algunas palabras ¡Si que eres buena
conduciendo! No tardaste ni 15 minutos en llegar hasta aquí.
Por el impacto producido a
consecuencia de escuchar aquella voz, pisé el pedal del freno por impulso, un
acto reflejo improvisado. El coche comenzó a dar vueltas y vueltas de manera
descontrolada. Yo aún me encontraba subsumida en mi miedo y tenía la mente en
blanco, no sabía que hacer. Mi pie seguía sobre el pedal del freno. El coche no
dejaba de girar hasta que la luz de otro coche que venía en dirección
contraria, comenzó a hacer cambios y fue cuando reaccioné. Enseguida solté el
pedal del freno y aceleré, tomando el control de la dirección del volante.
¡Uff! ¡Vaya! Esta vez estuvimos casi
cerca ¿No? No volveré a decir que eres buena conduciendo– dijo la voz casi con
regocijo.
Yo continué conduciendo sin hacer caso
a la voz. Ni siquiera me atreví a mirar por el retrovisor. Mis manos comenzaron
a sudar nuevamente, y mi cabeza me iba a estallar, hasta los ojos me dolían,
aquello fue realmente el colmo de todo lo ocurrido.
Traté de encender el reproductor pero
en lugar de funcionar, comenzó a emitir unos sonidos extraños. Los oídos
comenzaron a dolerme nuevamente como cuando estaban cantando las cigarras, pero
esta vez era con mayor intensidad y además, el dolor estaba acompañado por un
zumbido que no me dejaba continuar conduciendo. Tuve que tomar la orilla de la
carretera para estacionar el coche y esperar que todo aquel diabólico sonido
cesara.
Intenté apagar el reproductor, pero
fue en vano -Todo aquello estaba ocurriendo por obra de lo que estaba en el
asiento de atrás- Eso pensé mientras observaba todo a mi alrededor para ver que
hacer y salir de todo aquel lío ¿Y si se trataba de algún pillo, o algún
secuestrador perteneciente a la guerrilla? ¿O si era un violador de esos
psicóticos que terminan matando a sus víctimas guardando un trofeo? ¿o si era
alguien de la ETA o AL QAEDA que vinieron a reclutarme?- Me hice esas preguntas
en voz baja, tratando de ordenar un poco mi percepción, que estaba vuelta un
desastre por todo lo sucedido.
-Ok, Raquel, ya no exageres, aquí esos
grupos armados no actúan. Sus luchas están en otras ciudades. Deja de hacer
tantas suposiciones, porque ya están desbordando tu imaginación a hechos
imposibles ¡Y no! No soy nada de eso que estás diciendo- Dijo la voz en
respuesta a mis invenciones mentales, y fue allí cuando me di cuenta que se
trataba de la voz de un hombre, y además ese hombre era joven, no debía ser tan
mayor, pues en su voz aún se podía apreciar la dulzura de la inocencia y la
vivacidad de la juventud.
-¡Alto Raquel! – Pensé - Ya ves, estás
otra vez dejándote tranquilizar por esa voz ¿Pero es que acaso es la misma voz
del diamante? ¡No, no, no posible, no es la misma voz! Pensaba en aquella voz
que era casi una melodía, que me envolvía, que me transportaba al cielo y al
mismo tiempo me descendía al infierno, y entre el calor del fulgor y el frío
del miedo, mi alma se paseaba por tan divinas sensaciones. No, no, era claro
que no era la misma voz del diamante del mirador. Pero si se le acercaba. Se le
acercaba un poco en su timbre, en su vibración y en su poder de envolverme sin
negarme, sin poner reproches, sin resistirme a nada.
-Mírame- Dijo, mientras yo me quebraba
la cabeza con pensamientos que no me llevaban a nada- Mírame para que tu miedo
se esfume- Fue entonces, cuando me decidí a voltear para mirar hacia el asiento
de atrás de mi coche y vi como una suave luz alumbraba el rostro de aquella
voz, que poco a poco, iba mostrando su rostro. Y lo vi, por primera vez en esa
noche, lo vi.
-¿Raúl? ¿Pero qué haces aquí? – Una
gran confusión me invadió en ese instante.
–Te lo dije, si me mirabas ibas a
abandonar tus miedos- me contestó Raúl.
Sonreí al ver que era Raúl quien
estaba allí, pero enseguida todo un mar de preguntas comenzó a rebotar en mi
cabeza.
-Siempre fui yo mi Raquel, allá arriba
en el mirador, luego aquí en el coche, pero tú estabas tan subsumida en un no
se qué que no te atrevías a verme-
Mientras hablaba, dejaba figurar una malvada sonrisa y comenzó a contar
lo que según él, había sucedido.
-Yo, había tenido curiosidad,
justamente hoy de saber que hacías todas las tardes, y como siempre te hacia
preguntas por tus ausencias y tú nunca me dabas cuenta de tus paseos, decidí
seguirte hasta ese sitio. Me escondí detrás de uno de los árboles que estaban
en el mirador, mientras te contemplaba cuando te encontrabas acostada en la
banquilla. Al cerrar la noche decidí aparecer para asustarte y como estaba muy
oscuro, usé una linterna para alumbrarte, sin darme cuenta que encandilé tu
vista cuando te enfoqué. Así que sólo te observé cuando comenzaste a bajar por
el camino que conducía a donde estaba tu coche. Luego apagué la linterna y me
fui corriendo por otro camino para alcanzarte, pensando que se me había pasado
la mano con el pequeño susto. Al llegar primero que tú, me metí en tu coche, la
luz que salía de aquí cuando llegaste era de esta bendita linterna. Siempre fui
yo ¿lo ves? Al notar que tú aún estabas asustada, apagué la linterna y me pasé
para el asiento de atrás. Me di cuenta que estabas tan asustada que no podías
verme, por el miedo.
Ya estábamos en el apartamento, cuando
Raúl terminó de contar su pequeña travesura, estábamos sentados en el sofá y
reíamos sin parar por todo lo ocurrido. De pronto, me abrazó fuertemente,
sintiendo como mi cuerpo aún temblaba, y me preguntó:
-¿Tiemblas aún por el miedo o ahora
tiemblas por tenerme cerca?
Yo no respondí, sólo sonreí
maliciosamente.
Pues si, vosotros estaréis
decepcionados al igual que yo, de mi miedo y seguramente esperabais otro final.
Pero no ha sido así. Ya veis, el miedo también puede lograr que nuestra
imaginación vuele por los parajes más oscuros que habitan en nuestra mente,
logrando con ello que veamos algunas cosas, como no son. Pero de algo si estoy
segura y es que Raúl seguirá siendo para mí, ese hermoso y terrorífico
diamante.
Eleorana 2019
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