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martes, 12 de febrero de 2019

REBECA





REBECA

Rebeca comenzó a caminar siguiendo las líneas del porvenir pero la culpa no la dejaba avanzar tranquila, sus pasos imitaban las sombras del silencio, ya sin emoción, ya sin pasión, se asemejaba al transitar del suave viento como si el peso del remordimiento se evaporara cada vez que exhalaba una bocanada de esperanza. La ocasión ofendía su propia fantasía tras el resplandor de su melancolía que reducían con singular belleza las cascaras de la confusión que como himnos agudos abrazaban el camino que la llevaba a la locura o a su perdición. Ya no es mi lugar, pensaba mientras arrastraba su cuerpo por el camino de la mentira y la traición, todo un universo oculto de la sospecha lleno de secretos aislados, escondidos en rostros enigmáticos que irradiaban un poco más que misterio y encanto. Su miedo se manifestaba en largos intervalos de escalofríos que invadían su presencia cuando entraba en contacto con su terrible conciencia. Ya no era posible retroceder, murmuraba mientras cruzaba el sendero de la lógica. Ya no queda nada atrás concluía ya serena y sin reproches tratando de hallar un poco de paz en sus palabras y en medio de una tenue tiniebla que la arropaba mientras andaba. Qué fácil es mentirse cuando se busca el perdón como única señal de redención.

Ahora es suyo el desprecio que siente por la severidad propia de los crueles que dictan sentencia empleando como excusa una mezquina santidad sin indulgencia. La fuerza del sabio se convierte en piedra cuando aleja de su corazón la esencia divina de un espíritu benevolente, nada elocuente, sin razón, sin lógica, pues la sabiduría es amor, lejos de argumentos y explicaciones. Rebeca sabe que volverá del rodeo rota y sin raíces, sin la sombra de su timidez para devorar sin escrúpulos la perversa miseria que ha dejado la discordia, y piensa que sentido tiene destruir el cálido sueño de los factos, quienes aliviados dibujan sonetos y versos cuando todos están ocupados, incluso son los primeros que con claridad levantan el vuelo de la ignorancia con cada impulso cargado de tinta que desde su pluma derraman en las hojas secas de la vida. No hay misterio en el aroma de las rosas secas o en la lejanía de las estrellas, o en la criatura que tiene singular belleza o en el propósito al que aspiran las ideas o en la intensa risa del olvido o en los copos dibujados en la nubes o en las auroras boreales de Alaska o en la suave grieta del sol. No, ya no hay misterio en nada que parezca de este mundo o del mundo anterior, pues todo es posible desde que la mente del hombre despertó.

Despacio, los muros abren una rendija como gesto único que abarca la tentativa de llegar al centro del ser. Rebeca ahora era una pequeña niña perdida en la oscura obra que relataban sus humores y buscaba consuelo en el caos del mundo para tratar de enterrar los recuerdos que consumían su energía vital, hasta que de pronto, frente a sus ojos una huella emergió desde lo más oscuro del camino y comenzó a sentir frío, un frío tan intenso que creía que le helaba los huesos, ella sonrió ante tal sensación y sin pensar comenzó a seguir la huella que frente a ella se multiplicaba como queriéndole indicar el camino para dejar el abismo donde se encontraba. Fijó su mirada al frente sin razonar nada más, algo le decía en lo más intimo de su ser que una vez iniciado el camino no había retorno.

Al poco tiempo de iniciada la marcha, observó un precioso puente sobre un río de agua cristalina, estaba hecho de una madera muy preciosa, fuerte y gruesa como un roble, se veía bastante maciza de color caoba, sin ser caoba, sus barandas estaban cubiertas de flores hermosas cuyos perfumes evocaban bellos recuerdos a Rebeca, recuerdos que la llevaban a imaginar un mundo distinto lleno de fe y esperanza. Aquello le gustó mucho, tanto que se sintió bendecida por hallarse en aquel lugar, de pronto dejó de sentirse culpable por todos los fenómenos sociales, por todos los escándalos y sucesos ajenos a ella. Ya no son mis problemas y nunca lo fueron se dijo para sí y al pensar en ello se sintió aliviada, fue como soltar en ese preciso instante un morral lleno de piedras. Y sonrió como nunca, pues pudo entender que todo estaba en su mente, sus preocupaciones, sus inseguridades, sus pesadillas, sus culpas, incluso sus sueños, todo era inexistente, y ella le había dado una importancia que no era necesaria, su atención era exagerada, no valía la pena, todo fue una perdida de tiempo.

Fue cuando Rebeca comenzó a cruzar el puente ya sin el peso del pasado, ahora estaba más consciente. Pudo escuchar el sonido del agua y al oírlo se sintió cerca de la fuente de la vida, se detuvo y observó el precioso río que yacía a sus pies, sus aguas eran cristalinas, corría con fuerza, llevándose todo lo que había en su cauce. Pudo ver las ramas de los arboles y los pétalos de las rosas dejándose llevar sin resistencia por la corriente, adornando con singular belleza y fuertes colores las aguas del río, mientras este fluía ligeramente por su cauce, abandonando todo atrás, incluyendo las enormes piedras que permanecían ahí estáticas e inmóviles, en silencio. 

Rebeca en ese preciso instante, en medio de tanta belleza y de tanta grandeza como la de ese elemento, el agua, un elemento tan ligero, puro y cristalino y a su vez tan fuerte, tan libre, tan independiente, tan indetenible que parecía inalcanzable, pensó que todo era tan simple cuando observamos la vida de la naturaleza, tan despreocupada del todo sin dejar de ser parte del todo. Aquel momento era precioso porque aquel río y sus aguas se habían convertido para Rebeca en un espejo que reflejaba el noble corazón que ella tenía pero que había olvidado por haber construido una pared que la separaba del todo, producto del terror que había nacido del dolor ocasionado por el daño severo de millares de acontecimientos que permanecieron como recuerdos destructivos en su frágil ser. 

La vida continúa así como las aguas de este río, dejando las piedras en su lugar, llevándose lo hermoso consigo, esa debe ser la principal enseñanza que deberíamos tener al llegar a este plano, se dijo mientras contemplaba las maravillas que sobre aquel precioso puente había descubierto. Ahora todo lo funesto ha quedado borrado pensó.

Continuó su recorrido y dejó el puente atrás con regocijo, las huellas que le indicaban el camino estaban desapareciendo a medida que la luz del amanecer asomaba su rostro en el horizonte, Rebeca comenzó a correr tras ellas y sintió como el ritmo de su corazón se aceleró era inquietante... no se vayan... gritaba en medio del silencio, del  amanecer, su inquietud emergió desde el olvido nuevamente cuando su mente pensó en la posibilidad de quedarse sola otra vez, se quedaría sin guía por un camino totalmente nuevo para ella... no me dejen todavía... suplicaba la joven en medio de su soledad, las necesito aún. Sin embargo, las huellas hicieron caso omiso a sus suplicas y desaparecieron en un santiamén ignorando los gritos desesperados de una joven llena de terror y espanto.

¡Esto es una broma! Gritó Rebeca a los cuatro vientos y en medio del camino, tan sólo pensar en la idea de tener que enfrentar un porvenir a ciegas, sin huellas que seguir le aterraba, imaginaba los peligros a los que pudiera estar expuesta. Sintió nuevamente un súbito escalofrío recorrer su columna vertebral, sus piernas desvanecían con cada inhalación pero antes de caer pensó en tomar asiento en una enorme roca que estaba a orillas del camino. Ya el sol había tomado un hermoso resplandor, ella lo observó y sonrió, trató de no pensar en el futuro y todo lo incierto que le esperaba, lo dejó todo a la expectativa a la sospecha a la imaginación sin atribuirle ninguna condición, simplemente lo dejó al destino si es que alguna vez ha existido. 

La joven observó todo su alrededor, contempló la frondosidad de los enormes árboles que cubrían el camino formando una especie de túnel, parecido a los cuentos de niños donde el bosque era el protagonista por sus grandes y sagradas formaciones naturales, toda aquella escena se escapaban de las obras de Monet o Cezanne, tener todo aquel impresionismo frente a sus ojos era majestuoso, el verde era único, todo estaba lleno de vida, incluso todo aquello que no parecía tener ya vida. La magia de la naturaleza arropaba las esperanzas de Rebeca en medio de esa hermosa soledad y ese precioso silencio que la hacía sentir única en el mundo, única por tener la dicha de contemplar una obra magistral de la naturaleza, no todos tienen este privilegio pensó la chica mientras su rostro se iluminaba de felicidad.

Las hojas de los árboles se movían al vaivén de la fuerza de los vientos y reiniciaba el recital musical que todas las mañanas acostumbraba a celebrar como adoración a la naturaleza, Rebeca cerró los ojos y dejó que aquel momento la envolviera para calmar su interior... no dejaré que mi mente imagine una tempestad cuando estoy en el paraíso, pensó.

Transcurrieron los minutos en silencio y en total tranquilidad al abrir los ojos Rebeca volvió a contemplar las hermosa naturaleza, tomó una bocanada de aire puro y se sintió plena, de pronto sintió el pillar de un ave, comenzó a observar los árboles buscando el nido de donde provenía aquel pillito pero no halló nada, hasta que vio como algo caía desde lo alto de uno de los árboles que estaba frente a ella, siguió en su observación y al ver lo que estaba en el suelo determinó que lo que había caído era un pequeño pichón. 

El pequeño pichón no dejaba de pillar, estaba desesperado al verse fuera de su nido, Rebeca se levantó y cuando se disponía a ayudar al pequeño pichón vio como un ruiseñor se posó frente al pichón desesperado, Rebeca supuso que era la madre del pequeño así que esperó para ver que sucedía. La joven vio como el ave madre tomó vuelo nuevamente hasta perderse dentro de la copa de un inmenso árbol, el pichón se quedó viendo alejarse a su madre y al dejar de verla comenzó otra vez a pillar escandalosamente y con más fuerza que la primera vez. Rebeca decidió ir hasta donde estaba el pichón y cuando se acercaba al lugar donde se encontraba para ayudarlo, el pequeño pichón se levantó por sí solo sobre sus dos temblorosas patitas, dio unos saltitos muy cortos, abrió sus alas y luego de uno, dos, tres y cuatro saltos agarró vuelo moviendo sus alitas desesperadamente, el pequeño pichón había descubierto como volar, así como los pequeños niños cuando aprenden a caminar. Su vuelo no era del todo perfecto, aun volaba torpemente pero logró llegar a donde quería llegar, a la copa del inmenso árbol donde se hallaba esperando su mamá. El pequeño pichón se posó en una rama al frente de su madre y juntos comenzaron a cantar el conocido ruiseñor que identificaba a estos hermosos pajaritos. 

Rebeca sonrió y se dijo ¡diablos, todos nosotros somos pichones! La joven había comprendido en ese preciso instante que la naturaleza le estaba dando una lección, así que hizo lo mismo que el pichón y comenzó a imitar su andar, y emprendió el rumbo nuevamente por el camino que había iniciado unas horas atrás, ahora iba sin expectativas, sin temor por no tener la presencia y la seguridad que le proporcionaban las huellas que la guiaban, había comprendido que era su turno de descubrir por sí misma la ruta que debía seguir y el camino que debía continuar como siempre lo había hecho en los caminos y recorridos anteriores.

Fin
Glosmarys Eleorana Camacho Albarrán
Derechos Reservados 

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