REBECA
Rebeca comenzó a caminar siguiendo las líneas del porvenir pero la culpa
no la dejaba avanzar tranquila, sus pasos imitaban las sombras del silencio, ya
sin emoción, ya sin pasión, se asemejaba al transitar del suave viento como si
el peso del remordimiento se evaporara cada vez que exhalaba una bocanada de
esperanza. La ocasión ofendía su propia fantasía tras el resplandor de su melancolía
que reducían con singular belleza las cascaras de la confusión que como himnos
agudos abrazaban el camino que la llevaba a la locura o a su perdición. Ya no
es mi lugar, pensaba mientras arrastraba su cuerpo por el camino de la mentira
y la traición, todo un universo oculto de la sospecha lleno de secretos
aislados, escondidos en rostros enigmáticos que irradiaban un poco más que
misterio y encanto. Su miedo se manifestaba en largos intervalos de escalofríos
que invadían su presencia cuando entraba en contacto con su terrible
conciencia. Ya no era posible retroceder, murmuraba mientras cruzaba el sendero
de la lógica. Ya no queda nada atrás concluía ya serena y sin reproches
tratando de hallar un poco de paz en sus palabras y en medio de una tenue
tiniebla que la arropaba mientras andaba. Qué fácil es mentirse cuando se busca
el perdón como única señal de redención.
Ahora es suyo el desprecio que siente por la severidad propia de los
crueles que dictan sentencia empleando como excusa una mezquina santidad sin
indulgencia. La fuerza del sabio se convierte en piedra cuando aleja de su
corazón la esencia divina de un espíritu benevolente, nada elocuente, sin
razón, sin lógica, pues la sabiduría es amor, lejos de argumentos y
explicaciones. Rebeca sabe que volverá del rodeo rota y sin raíces, sin la
sombra de su timidez para devorar sin escrúpulos la perversa miseria que ha
dejado la discordia, y piensa que sentido tiene destruir el cálido sueño de los
factos, quienes aliviados dibujan sonetos y versos cuando todos están ocupados,
incluso son los primeros que con claridad levantan el vuelo de la ignorancia
con cada impulso cargado de tinta que desde su pluma derraman en las hojas
secas de la vida. No hay misterio en el aroma de las rosas secas o en la lejanía
de las estrellas, o en la criatura que tiene singular belleza o en el propósito
al que aspiran las ideas o en la intensa risa del olvido o en los copos
dibujados en la nubes o en las auroras boreales de Alaska o en la suave grieta
del sol. No, ya no hay misterio en nada que parezca de este mundo o del mundo
anterior, pues todo es posible desde que la mente del hombre despertó.
Despacio, los muros abren una rendija como gesto único que abarca la
tentativa de llegar al centro del ser. Rebeca ahora era una pequeña niña
perdida en la oscura obra que relataban sus humores y buscaba consuelo en el
caos del mundo para tratar de enterrar los recuerdos que consumían su energía
vital, hasta que de pronto, frente a sus ojos una huella emergió desde lo más
oscuro del camino y comenzó a sentir frío, un frío tan intenso que creía que le
helaba los huesos, ella sonrió ante tal sensación y sin pensar comenzó a seguir la huella que frente a ella se multiplicaba como queriéndole
indicar el camino para dejar el abismo donde se encontraba. Fijó su mirada al
frente sin razonar nada más, algo le
decía en lo más intimo de su ser que una vez iniciado el camino no había
retorno.
Al poco tiempo de iniciada la marcha, observó un precioso puente sobre un
río de agua cristalina, estaba hecho de una madera muy preciosa, fuerte y
gruesa como un roble, se veía bastante maciza de color caoba, sin ser caoba,
sus barandas estaban cubiertas de flores hermosas cuyos perfumes evocaban
bellos recuerdos a Rebeca, recuerdos que la llevaban a imaginar un mundo
distinto lleno de fe y esperanza. Aquello le gustó mucho, tanto que se sintió
bendecida por hallarse en aquel lugar, de pronto dejó de sentirse culpable por
todos los fenómenos sociales, por todos los escándalos y sucesos ajenos a ella.
Ya no son mis problemas y nunca lo fueron se dijo para sí y al pensar en ello
se sintió aliviada, fue como soltar en ese preciso instante un morral lleno de
piedras. Y sonrió como nunca, pues pudo entender que todo estaba en su mente,
sus preocupaciones, sus inseguridades, sus pesadillas, sus culpas, incluso sus sueños,
todo era inexistente, y ella le había dado una importancia que no era
necesaria, su atención era exagerada, no valía la pena, todo fue una
perdida de tiempo.
Fue cuando Rebeca comenzó a cruzar el puente ya sin el peso del pasado,
ahora estaba más consciente. Pudo escuchar el sonido del agua y al oírlo se
sintió cerca de la fuente de la vida, se detuvo y observó el precioso río que yacía
a sus pies, sus aguas eran cristalinas, corría con fuerza, llevándose todo lo
que había en su cauce. Pudo ver las ramas de los arboles y los pétalos de las
rosas dejándose llevar sin resistencia por la corriente, adornando con
singular belleza y fuertes colores las aguas del río, mientras este fluía ligeramente
por su cauce, abandonando todo atrás, incluyendo las enormes piedras que permanecían
ahí estáticas e inmóviles, en silencio.
Rebeca en ese preciso instante, en medio de tanta belleza y de tanta grandeza como la de ese elemento, el agua, un elemento tan ligero,
puro y cristalino y a su vez tan fuerte, tan libre, tan independiente, tan
indetenible que parecía inalcanzable, pensó que todo era tan simple cuando observamos la
vida de la naturaleza, tan despreocupada del todo sin dejar de ser parte del
todo. Aquel momento era precioso porque aquel río y sus aguas se habían
convertido para Rebeca en un espejo que reflejaba el noble corazón que ella
tenía pero que había olvidado por haber construido una pared que la separaba
del todo, producto del terror que había nacido del dolor ocasionado
por el daño severo de millares de acontecimientos que permanecieron como
recuerdos destructivos en su frágil ser.
La vida continúa así como las aguas de
este río, dejando las piedras en su lugar, llevándose lo hermoso consigo,
esa debe ser la principal enseñanza que deberíamos tener al llegar a este
plano, se dijo mientras contemplaba las maravillas que sobre aquel precioso
puente había descubierto. Ahora todo lo funesto ha quedado borrado pensó.
Continuó su recorrido y dejó el puente atrás con regocijo, las huellas
que le indicaban el camino estaban desapareciendo a medida que la luz del
amanecer asomaba su rostro en el horizonte, Rebeca comenzó a correr tras ellas
y sintió como el ritmo de su corazón se aceleró era inquietante... no se vayan... gritaba en medio del silencio, del
amanecer, su inquietud emergió desde el olvido nuevamente cuando su mente
pensó en la posibilidad de quedarse sola otra vez, se quedaría sin guía por un
camino totalmente nuevo para ella... no me dejen todavía... suplicaba la joven en
medio de su soledad, las necesito aún. Sin embargo, las huellas hicieron caso
omiso a sus suplicas y desaparecieron en un santiamén ignorando los gritos
desesperados de una joven llena de terror y espanto.
¡Esto es una broma! Gritó Rebeca a los cuatro vientos y en medio del
camino, tan sólo pensar en la idea de tener que enfrentar un porvenir a ciegas,
sin huellas que seguir le aterraba, imaginaba los peligros a los que pudiera
estar expuesta. Sintió nuevamente un súbito escalofrío recorrer su columna
vertebral, sus piernas desvanecían con cada inhalación pero antes de caer pensó
en tomar asiento en una enorme roca que estaba a orillas del camino. Ya el sol había
tomado un hermoso resplandor, ella lo observó y sonrió, trató de no pensar en
el futuro y todo lo incierto que le esperaba, lo dejó todo a la expectativa a
la sospecha a la imaginación sin atribuirle ninguna condición, simplemente lo
dejó al destino si es que alguna vez ha existido.
La joven observó todo su alrededor, contempló la frondosidad de los enormes árboles que cubrían el camino formando una especie de túnel, parecido a los cuentos de niños donde el bosque era el protagonista por sus grandes y sagradas formaciones naturales, toda aquella escena se escapaban de las obras de Monet o Cezanne, tener todo aquel impresionismo frente a sus ojos era majestuoso, el verde era único, todo estaba lleno de vida, incluso todo aquello que no parecía tener ya vida. La magia de la naturaleza arropaba las esperanzas de Rebeca en medio de esa hermosa soledad y ese precioso silencio que la hacía sentir única en el mundo, única por tener la dicha de contemplar una obra magistral de la naturaleza, no todos tienen este privilegio pensó la chica mientras su rostro se iluminaba de felicidad.
La joven observó todo su alrededor, contempló la frondosidad de los enormes árboles que cubrían el camino formando una especie de túnel, parecido a los cuentos de niños donde el bosque era el protagonista por sus grandes y sagradas formaciones naturales, toda aquella escena se escapaban de las obras de Monet o Cezanne, tener todo aquel impresionismo frente a sus ojos era majestuoso, el verde era único, todo estaba lleno de vida, incluso todo aquello que no parecía tener ya vida. La magia de la naturaleza arropaba las esperanzas de Rebeca en medio de esa hermosa soledad y ese precioso silencio que la hacía sentir única en el mundo, única por tener la dicha de contemplar una obra magistral de la naturaleza, no todos tienen este privilegio pensó la chica mientras su rostro se iluminaba de felicidad.
Las hojas de los árboles se movían al vaivén de la fuerza de los vientos
y reiniciaba el recital musical que todas las mañanas acostumbraba a celebrar
como adoración a la naturaleza, Rebeca cerró los ojos y dejó que aquel momento
la envolviera para calmar su interior... no dejaré que mi mente imagine una
tempestad cuando estoy en el paraíso, pensó.
Transcurrieron los minutos en silencio y en total tranquilidad al abrir
los ojos Rebeca volvió a contemplar las hermosa naturaleza, tomó una bocanada
de aire puro y se sintió plena, de pronto sintió el pillar de un ave, comenzó a
observar los árboles buscando el nido de donde provenía aquel pillito pero no
halló nada, hasta que vio como algo caía desde lo alto de uno de los árboles
que estaba frente a ella, siguió en su observación y al ver lo que estaba en el suelo
determinó que lo que había caído era un pequeño pichón.
El pequeño pichón no
dejaba de pillar, estaba desesperado al verse fuera de su nido, Rebeca se
levantó y cuando se disponía a ayudar al pequeño pichón vio como un ruiseñor se
posó frente al pichón desesperado, Rebeca supuso que era la madre del pequeño
así que esperó para ver que sucedía. La joven vio como el ave madre tomó vuelo
nuevamente hasta perderse dentro de la copa de un inmenso árbol, el pichón se
quedó viendo alejarse a su madre y al dejar de verla comenzó otra vez a pillar
escandalosamente y con más fuerza que la primera vez. Rebeca decidió ir hasta donde estaba el pichón y
cuando se acercaba al lugar donde se encontraba para ayudarlo, el pequeño
pichón se levantó por sí solo sobre sus dos temblorosas patitas, dio unos
saltitos muy cortos, abrió sus alas y luego de uno, dos, tres y cuatro saltos
agarró vuelo moviendo sus alitas desesperadamente, el pequeño pichón había
descubierto como volar, así como los pequeños niños cuando aprenden a caminar. Su vuelo no era del todo perfecto, aun volaba torpemente pero logró llegar a
donde quería llegar, a la copa del inmenso árbol donde se hallaba esperando su
mamá. El pequeño pichón se posó en una rama al frente de su madre y juntos comenzaron
a cantar el conocido ruiseñor que identificaba a estos hermosos pajaritos.
Rebeca sonrió y se dijo ¡diablos, todos nosotros somos pichones! La joven había comprendido en ese preciso instante que la naturaleza le estaba dando una lección, así que hizo lo mismo que el pichón y comenzó a imitar su andar, y emprendió el rumbo nuevamente por el camino que había iniciado unas horas atrás, ahora iba sin expectativas, sin temor por no tener la presencia y la seguridad que le proporcionaban las huellas que la guiaban, había comprendido que era su turno de descubrir por sí misma la ruta que debía seguir y el camino que debía continuar como siempre lo había hecho en los caminos y recorridos anteriores.
Rebeca sonrió y se dijo ¡diablos, todos nosotros somos pichones! La joven había comprendido en ese preciso instante que la naturaleza le estaba dando una lección, así que hizo lo mismo que el pichón y comenzó a imitar su andar, y emprendió el rumbo nuevamente por el camino que había iniciado unas horas atrás, ahora iba sin expectativas, sin temor por no tener la presencia y la seguridad que le proporcionaban las huellas que la guiaban, había comprendido que era su turno de descubrir por sí misma la ruta que debía seguir y el camino que debía continuar como siempre lo había hecho en los caminos y recorridos anteriores.
Fin
Glosmarys Eleorana Camacho Albarrán
Derechos Reservados
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