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Todo lo que ocurre afuera es un pasatiempo. La vida yace dentro.

sábado, 13 de abril de 2019

RECIPIENTE






RECIPIENTE


Las falacias consumen al humano. Hoy ninguna verdad sobrevive al error. Los hilos que en algún tiempo la sostenían, se rompieron en el primer jalón de nobleza. Sin embargo, hay un concepto de sabiduría que nos retorna de inmediato al humanismo que gobernó al pasado y probablemente desarrolló la lucidez que imperaba para entonces. Una idea que quizás tenga su origen un tanto más antiguo que entiende a la sabiduría como esa luz que ilumina y construye y nos da razones para comprender este mundo. Pero también, debe entenderse en un sentido terrenal como un conocimiento que no debe ser vedado y que merece, asimismo, ventilarse pues, nos convierte al instante en seres comprensivos, sensibles o quizás menos dioses.
Es lo que necesita el mundo de hoy. No obstante, la tierra está habitada de personas que cimentan su hegemonía en las teorías que estudiaron. Emil Ciorán los denominó “los náufragos” satirizando en torno a ese tipo de proceder, en que según sea el momento y el ambiente, algunos naufragan en formas similares a la jactancia, el desprecio y en general al descrédito por los demás, tan solo por navegar en las fiebres del conocimiento, pero pocos advierten que tal conducta es un fenómeno subjetivo que sustenta o sostiene al ego.
Así es, el conocimiento adquirido de libros, obras, artes o cualquier otro medio, no da sabiduría al ser. Por el contrario, desarrolla la prepotencia del ego, al creer que se está por encima de los demás, solo por entender que se tiene el recipiente lleno de sustancias de calidad ¿Pero será esto cierto? ¿Estas personas tendrán de verdad el recipiente lleno de conocimiento de calidad? Solamente debemos escucharles en medio de las multitudes y así obtendremos respuestas del tipo de sustancia con las que han llenado el recipiente.
La sabiduría no descansa en sustancias almacenadas, la sabiduría nace de la nada, pensamientos que emergen del silencio, luminiscencias de lo absoluto. Entonces ¿Qué significa ser sabio? Difícil es saberlo, es un misterio, para ello debemos desprendernos del ser, pues la sabiduría no implica la expulsión de otras ideas.
Este mundo está contaminado de muchos preceptos, la moral, la religión, la política, la sexualidad, el arte, es un conjunto de formas que se combinan entre sí, lo que no nos permite ser verdaderamente en nuestra propia esencia, pues dejamos de ser en nuestra propia individualidad ¿A qué se debe tal estado? Todo reposa en nuestra agilidad para imitar todo aquello que nos es ajeno, incluso de todo aquello que nos es similar, es por eso que la mayoría anda en esa búsqueda, en ese alcance.
Muchos creen que conseguir el estado de sabiduría reposa en el hecho de leer cien obras y más, a tal punto que inclinamos todo nuestro ser ante aquellos que así lo han logrado ¿Pero debemos reducir nuestra admiración a algo que cada uno de nosotros tiene la capacidad de hacer? O ¿Es que refugiamos nuestra propia desidia en el no hacer, como excusa barata de no lograr nuestra propia entidad? No, la sabiduría no está en los libros. Los libros no esconden sorpresas, allí simplemente existen los esfuerzos de expresar las percepciones de aquel que está en la búsqueda, su propia búsqueda.
Podemos escuchar el himno de los triunfantes de Guiseppe Verdi y quedar extasiados de su pura belleza, sentir que luego de escucharla vale la pena seguir en el camino de la vida, sin embargo ¿Será esto suficiente cómo para salir a las calles y caminar conforme a la melodía que hemos escuchado? ¿Acaso, una divina melodía tiene la facultad de empujarnos por el sendero de la filantropía? ¿Ayudaría una melodía a desarrollar nuestra empatía? ¿Podríamos acaso, ser un poco más humanos llevando consigo la marcha triunfal cada vez que demos la mano al prójimo? ¿Mirar la profundidad de los ojos del mendigo sin sentir repulsión alguna, si no que por el contrario, sentir la belleza que desborda su abismo? ¡Si esto fuera cierto que distinto sería el mundo en la actualidad!
Vivimos en un mundo donde aquellos que lo habitan prefieren estar inmersos en sus propias hipocresías, una doble personalidad que les quita encanto, pero sobre todo, les resta humanidad. Pues, admirar la belleza de una obra musical no les es suficiente como para mantener ese estado de éxtasis y elevarlo a las demás existencias.
En realidad, aún no hemos aprendido el sentido del arte o para ir más allá, el sentido de la belleza del arte, que no es otra cosa que sensibilizarnos, pero no en los auditorios donde se representan los albores de estas divinidades, sino en el gran escenario que yace ante nuestro ojos: El mundo.
Por tanto, la sabiduría no es una cualidad que debe estar por encima de nadie. La sabiduría no debe ser tomada como un precepto, un ideal, una norma o una extrañeza que hace que los demás humanos la eleven a un punto inalcanzable. Todos poseemos las mismas condiciones para ser cada día mejores, si es que se trata de ser mejor cada día o por el contrario, rendirnos en la profundidad de la melodía que acompaña al coro de los esclavos, que también es un canto que enardece incluso a la sangre más fría.

Va', pensiero, sull'ali dorate;
va, ti posa sui clivi, sui colli,
ove olezzano tepide e molli
l'aure dolci del suolo natal!

Del Giordano le rive saluta,
di Sionne le torri atterrate...
Oh mia patria sì bella e perduta!
Oh membranza sì cara e fatal!

Arpa d'or dei fatidici vati,
perché muta dal salice pendi?
Le memorie nel petto raccendi,
ci favella del tempo che fu!

O simile di Solima ai fati
traggi un suono di crudo lamento,
o t'ispiri il Signore un concento

che ne infonda al patire virtù.

Hermosa ¿cierto? ¡Claro que lo es! Y es que nuestro mundo está lleno de obras de esta magnitud, pero que no han conseguido su propósito inicial: tocar realmente los corazones que les aplauden con desdén.
Amigos míos, la sapiencia no se presume, no es para eso, ese no es su fin ni único ni ultimo. La sabiduría es para enaltecer la vida, la divinidad, la tierra y la existencia en toda su simplicidad. La sabiduría no es un escalón ni un nivel. No es para estar sobre los demás. Pues dejaría de ser sabiduría para convertirse en una simple expresión del ego que habita en cada uno de nosotros.
Aquí, bajo la lluvia que en los últimos tiempos ha acompañado a mi ciudad, puedo deciros a quienes me pueden leer sin reparo o sin cuidado:

Escúchate, pero sobre todo escribe todo aquello que emana de tus silencios, no te prives ni prives a todo aquel que pueda leer, no lo hagas con el propósito de fama o para adquirir una moneda. No, eso ya no es esencial en un mundo tan superficial. El mundo necesita de la belleza natural y espontánea de quienes le observan en silencio. Hoy por hoy, necesitamos convertir la belleza que habita en nuestros corazones en algo sustancial que sirva a los demás, en algo que sea propio para el mundo. Ya es hora de salir del oscurantismo que nos embarga, pues el cielo no dejará de llover si continuamos con la idea absurda de que todo se ha terminado y que hemos llegado al final de nuestros tiempos ¡Todavía queda mucho para dar!
¿Pero qué es ser sabio? Retomando la idea del recipiente, podría generar una premisa un tanto osada. Supongo que un sabio es un ser que respeta la personalidad del otro y quizás por ello, sean cordiales, gallardos, considerados e ingeniosos, cualidades que los hace ceder ante sus homólogos, sus iguales. No hacen fila por obtener un conocimiento, o una oportunidad en la vida, pues no la necesitan. Conciben todo lo que les rodea como parte de sí mismos, sin crear para ello etiquetas que limiten o tracen fronteras en su existencia, por ello, se integran al todo sin tener cuidado de nada, todo le resulta hermoso, no hay malignidad en el entorno. Todo yace dentro, incluso la belleza.
Ante las ideas ajenas no se espantan, ni mucho menos critican, ellos aceptan la existencia de diferencias que complementan su propia existencia. Por ende, no se escandalizan con lo que ocurre hoy día en el mundo. En los más profundo de su ser tienen simpatía no sólo por los mendigos y los gatos, sino por todos los seres que habitan en este planeta, sea de vida animal, vegetal o mineral, pues su sensibilidad es de tal magnitud que el todo subsiste en su esencia como cada partícula que compone su ser, por ello todo le duele. Todo aquello que se separe de su esencia, todo aquello que este en contra de la naturaleza o de la esencia de la vida. Y sí, les duele el corazón por todo aquello que otros no logran ver. Esto hace que respeten la vida de los otros, por tanto, cuando cometen un error de percepción se disculpan con osada valentía, rindiendo honores a los afectados, pues entienden que el honor es la mejor propiedad que conserva el hombre, asumiendo sus culpas con probidad. Esa es la brisa de su propia divinidad.
Son sinceros, pero no de esa sinceridad que hoy todos han confundido con vulgaridad, donde algunos exponen sus críticas de manera abierta y ofensiva sin importar las consecuencias de tales conductas, dañando la imagen del ser a quien desean criticar. Tal acto de sinceridad no es de tal naturaleza, para mi entender eso es un acto de difamación, por tanto la sinceridad de un sabio va de la mano del respeto y la admiración que sienten ante el ser que se revelan.
Por otro lado, un sabio teme a la falsedad como a la hoguera de la mentira, esto hace que estos seres no le rindan culto a la mentira, ni siquiera en pequeñas porciones, y no es que sean rectos ¡no! Simplemente no saben mentir. Una mentira para ellos, significa ultrajar a quien escucha y ponerlo en una posición más baja a ojos de quien habla. Los sabios no saben de apariencia. Son tal y como son en cualquier lugar. Así como se desinhiben en sus recámaras, se desinhiben en el mundo. Incluso no presumen de su propia humildad, no les hace falta sumar porque ellos ya sienten que son parte del todo. No son propensos a susurrar ni exigen la revelación de los otros, en el fondo no les hace falta convencerse de quienes son, ante los que están en su entorno, quizás sea por tener claro que cada uno debe ser respetado en su individualidad.
Por lo general, son silenciosos, por eso prefieren guardar silencio y no someten a los demás a sus quejas propias, pues no las tienen, se hallan conformes con lo que acontece. No se repudian por incitar piedad. No obligan a los sentimientos que los demás puedan sentir hacia ellos, por ende, no recogen los hilos de las emociones ni los cortan, no envuelven el querer en un ir y venir de posesión, por tanto, no se apropian de los sentimientos de los otros obligándolos a hacer cosas por ellos, pues en el fondo adoran la naturalidad y la espontaneidad que los demás puedan expresar sin tener condicionantes ni estar manchados de banales intereses. Aman las intensidades de cada instante.
No los verás diciendo entre la multitud: “Soy difícil” porque tales expresiones persiguen un fin que no va con su propia naturaleza, el cual es un afecto de poca monta, vulgar, y falso. En pocas palabras carecen de engreimiento excesivo. No se preocupan por las popularidades, o por aquellos que han tocado el sentido de la fama, pues para ellos son estados inexistentes, no se desviven por estrechar la mano del que está ebrio de reconocimiento ni fama, o por escuchar los furores de un público confundido en un pasatiempo de retratos, o ser enjuiciado en las cantinas. No, su grado de lucidez los aleja de esa perfidia.
Si ganan unas monedas, no alardean como si estos valieran más que sus vidas, y no presumen de poder entrar donde otros no son aceptados. No, ese no es el ser de un sabio. Quien se mantiene en silencio en cada rincón del mundo, observando, pero no para hacer criticas de lo que ve, observa para comprender lo que sucede en cada espacio. Sin prejuicios, sin razonamientos que luego robará la esencia de los momentos. La naturalidad es algo que admiran de cada momento. La compresión y aceptación del todo. Se sostienen en las sombras o quizás se suman a la sombra de las multitudes.
Se mantienen lo más lejos como sea posible del reconocimiento, pues saben que no merecen reconocimiento por algo que yace en cada uno de nosotros. Son delirios de aquellos que necesitan reconocimiento, como pago de llevar el peso de sus propios apegos.

Alguien contó una vez, no recuerdo dónde, algo así como una metáfora. Algo muy sencillo de entender, podría escribirla a modo de ejemplo:
Un día un niño iba con su padre caminando por la calle de su ciudad. El padre preguntó a su pequeño hijo: -¿Escuchas ese sonido? -Si papá- respondió el pequeño- es una carreta- Muy bien hijo así es, y ¿Sabes algo más? Esa carreta va vacía-. El hijo se quedó pensativo, tratando de entender cómo su padre sabía que la carreta estaba vacía con solo escucharla, y le preguntó- ¿Papá cómo sabes que la carreta está vacía? – Hijo cuando una carreta está vacía hace demasiado ruido, en cambio si va llena, ese ruido cesa. Deja de escucharse-

Así mismo, a mi entender son los sabios.

Podemos decir además, que el sabio si tiene el don de la creación, lo respeta. Y su respeto raya en el sacrificio, pues no conocen el descanso, para ellos la distracción no es concebida, y fijan su talento en el foco del cosmos. Desbordando cada minuto de su existencia en todo aquello que pueda sobrevenir de su silencio, sin quejas, sin vanidad, sin superioridad, sin etiquetas, sin vanagloriarse por lo logrado, y es que para ellos no existe un fin último ni un objetivo concreto. Crear es su motivo si es que le puede llamar motivo a su creación. Son molestos o quizás un tanto fastidiosos, por así decirlo. Desarrollan para sí la intuición. No pueden ir a dormir con los mismos pensamientos, ni con las mismas ideas, ven las grietas del mundo y ven como están llenas de moho y polvo, respiran el aire de la carroña pero no se consumen en él, caminan en el sendero destruido por otros, a manera de recoger las esencias que quedaron en sus escombros, se alimentan del silencio y de los albores que emanan de él, no los destrozan con el razonamiento, pues para ellos la razón es para los hombres de ciencia que deben demostrar lo que es. El sabio ya no navega en esos mundo donde el deber es un condicionante de sus creaciones, simplemente se dejan llevar por la magnificencia de su propia intuición. Allí es donde radica su esencia, en esa facultad de poderse escuchar acallando el ego y al yo.
No es suficiente con haber leído los papeles de Nietzsche o haber memorizado a Fausto. Ni haber escuchado a Bach o Verdi, o entender las obras de Da Vinci o Van Gogh o haber descifrado los símbolos de las pirámides de Egipto o de los sumerios, si es el caso. Sin tomar por vicios aquellas conductas que degradan la carne y la mente en sus más oscuros regazos. No, no se trata de llenar el recipiente con todo lo que se muestra de frente, se trata de conservar el recipiente de nuestra esencia intacto, lleno de las luminiscencias del ser, los albores de la divinidad que estallan en cada segundo de silencio que nos abordan cuando sabemos o entendemos la expresiones de la divinidad. 
Con estas premisas, o bajo las mismas, veo que mi recipiente necesita vaciarse 
¿Y tú? 
Ahora, dime: ¿Buscas la sabiduría o ya has podido hallarla?
No temas a lo absoluto. Ve, revisa tu recipiente. Mantente en vigilia. Tienes que deshacerte de tu vanidad, ya no eres un niño, una niña.
Pronto tendrás cuarenta.
Ahora responde: ¿De qué está lleno tu recipiente?


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Este obra cuyo autor es GLOSMARYS ELEORANA CAMACHO ALBARRAN está bajo una licencia de Reconocimiento-SinObraDerivada 4.0 Internacional de Creative Commons.