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sábado, 11 de mayo de 2019

SIN PODER ALGUNO





SIN PODER ALGUNO

Enrique caminaba como si no existiera. Sus pies se movían rápida y sigilosamente. No dejaba estela en cada paso que daba. Era un ente etéreo completamente. Las personas le ignoraban, no había alguien que sintiera su presencia. Las sombras eran más vistas que aquella silueta.

Él no tenia poder alguno. No alcanzaba nada. No tenía reputación. Las personas no recordaban su nombre y mucho menos sabían a que se dedicaba. A veces faltaba a su trabajo y sus compañeros no notaban su ausencia.
No juzgaba a nadie, nadie le juzgaba. Con pocos conversaba y siempre era de trivialidades. Su mente se perdía en la nada y la nada no dejaba que se desprendiera de su mundo. Al pasar el tiempo, catástrofes sucedían a su alrededor pero su propia abstracción le protegía de las consecuencias que devinieran de allí. Su vida era simplemente perfecta.

Su conciencia estaba vacía. No había algo que le perturbara, nada en lo absoluto. Sus pensamientos, aquellos que le robaban el sueño estaban relacionados con los motivos de su propia existencia. Sus dilemas no eran otros que los de conocerse cada día más. Explorar sus emociones, sus deseos más profundos. No opinaba sobre lo que aquejaba a la realidad que circundaba a cualquier mortal de aquella sociedad.

Su andar taciturno acompañado de un aire melancólico pasaba desapercibido. Sentía un peso, pero no era consciente de ello. Con cada paso que daba su mente figuraba escenas que respondían a las preguntas que lo embargaban en la noche.

¿Quién soy?
¿Qué hago aquí?
¿Cuál es mi existencia?
¿Soy feliz?
¿Este es mi verdadero tiempo?

Preguntas que no podría responder sino en soledad. Su comportamiento nefelibato le permitía alejarse de todos aquellos que quisieran agobiarle con sus quejas absurdas, con banalidades vacías, superficiales, todo aquello que le asqueaba de sobremanera. No quería contagiarse con los maltratos a los que estaba acostumbrado a someterse el humano ordinario. Aquel que se ahogaba en cuentas de tarjetas de crédito, cuentas bancarias, pagos de necesidades, costos, dinero, problemas que no representaban nada para aquel personaje.

Si, él huía de todas esas cosas que otros le llamaban socializar. Siempre se preguntaba ¿Socializar es hablar de los problemas del hogar? ¿De los chismes baratos de oficina? ¿De lo costosa que es la vida? ¿De los productos con marcas extrañas que ya no se pueden pagar? ¿De las tiendas con nombres extranjeros que ya no abren las puertas en esta ciudad? ¿Tan bajo se ha llegado que a eso se le llama socializar?

Si, aquel personaje se escondía. Si, se escondía de todo lo ordinario. Su mente tenía otras preocupaciones. Cada vez se hacia más y más sensible a una energía que desconocía por completo. Cada vez podía sentir cosas que nadie más podía entender. Cada vez sus pensamientos se conectaban con lo extraordinario y no sabia explicar el por qué. Su mente se había vaciado de lo ordinario y ahora se estaba llenando de algo extraordinario. Todo eso le aterraba.

Miraba a su alrededor. No tenía con quien compartir todo aquel acontecimiento. Cuando sentía el impulso de hablarlo con alguien, le miraban extraño. Enseguida determinaba que sus palabras no habían sido comprendidas. Era difícil. Era como tratar de explicar a alguien lo que se siente al lanzarse por una montaña rusa, lanzarse al vacío, sin nada que te sostenga. Lanzarse al precipicio y sólo dejarse caer.

Llegaba a su casa y allí en la oscuridad de la noche se sentía libre. Allí en la soledad de sus paredes se sentía con vida. Tomaba sus ya no habituales alimentos, pues hasta la manera de comer había cambiado. Encendía el estéreo para escuchar música nueva para sus oídos. Era impresionante para aquel ser como su mundo estaba cambiando junto a él. Las melodías ya no eran las mismas, las voces ya no eran las mismas. Aquellas bandas que tanto le ataban al pasado habían dejado de existir. Ahora, su música era nueva, sus letras identificaban su proceso. Se dejaba caer lentamente en el sofá. Cerraba sus ojos y comenzaba su viaje astral.

Una noche cualquiera su viaje astral no fue igual a los anteriores. Una voz le hablaba a lo lejos mientras entraba en otra dimensión:

”Este va a ser tu cambio: vacía tu mente. Ve eliminando todo lo que encuentres hasta que no quede nada; hasta que incluso tú mismo hayas sido eliminado, hasta que tu ser se haya convertido en un vacío”.

Luego de pasar horas allí sumergido en aquella dimensión, de la nada su cuerpo se dejó caer con templanza sobre el sofá.

Abrumado por lo sucedido, comenzó a tomar nota de todas las cosas nuevas que había experimentado, tratando de no dejar nada de lado. Observó el reloj y vio como el tiempo no transcurrió. ¡Sólo 15 minutos! Para el aquel instante de silencio representó mucho más.
Lo magnifico del viaje astral es que allá, en aquella dimensión nada es igual a este mundo lleno de densidad.

Las primeras líneas que anotó aquella noche fueron:
“Lo primero y lo último es estar completamente vacío de todo ¿Pero qué es ese todo? ¿Cómo puedo vaciar algo que no sé ni que poseo? Es tan difícil para mí entender esas voces que me hablan ¿Qué cosas debo vaciar? ¿Acaso es mi vestimenta? ¿Vacío es quedar al desnudo? ¿Limpio? ¿Debo ducharme? ¿Cómo sabré de que debo despojarme? No sé que poseo aún, pero una vez que esté vacío, es que podré ser llenado. Aquella voz dijo muy claro que El Todo descenderá sobre mí, sólo cuando esté vacío.

A la mañana siguiente despertó agobiado, no sabia en que tiempo se encontraba hasta que vio la libreta donde anotaba sus memorias de los últimos meses. Como de costumbre se levantó dando gracias a la existencia por un día más y como siempre, hizo todo al revés, sin seguir la rutina del día anterior, ya de manera inconsciente su cuerpo actuaba sin parámetros, sin costumbres, sin normas, sin reglas.

De camino al trabajo notó que su sensibilidad era más aguda que el día anterior. Podía percibir las emociones de todos los que pasaban por su lado de manera conjunta. Se sentía encantado, ya había aprendido a controlar aquella nueva condición, ya no se resistía al cambio de su interior. Sin embargo, una parte de él estaba abrumada, se repetía aquellas mismas palabras que le habían sido encomendadas… debo estar vacío.

Enseguida se dirigió al kiosco más cercano y gastó todo el dinero que llevaba encima. Compró algunos dulces y galletas, chocolates y demás golosinas. De pronto sintió como una conversación entre dos señoras mayores le movieron el espíritu:

-¿Qué? ¿Esa mujer? ¿Pero cómo lo hizo? ¡Esa tipa era una pata en el suelo!
-Pues créeme ¡ahora camina sobre sus hombros!

Las emociones de aquellas dos señoras estaban cargadas de lo más negativo, sólo le llegó una palabra a aquella figura etérea que se hallaba presente “envidia”…
Fue así como supo de qué tenía que vaciarse ese día y la palabra clave era "envidia". Ahora tenía que limpiar su interior de todo sentimiento que le produjera envidia y rechazarlo, despojarse de la más mínima envidia que sintiera hacia los demás y hacia sí mismo.

Así fue como tomó las golosinas, sonriente y un poco avergonzado por confundir los sentidos de las palabras que le fueron reveladas. Pasó por un grupo de niños y repartió las golosinas. Pero ya iba con la respuesta, ya sabia que tenía que hacer por el resto del día.

Al día siguiente se despojó del sufrimiento, ese sufrimiento en general, sin apellidos, sólo del sufrimiento en su máxima expresión.

Y así sucesivamente ocurrió en los días subsiguientes a este… un día se deshizo de la ira… luego del ego… asimismo, de los placeres… del dolor… de los padeceres… de las tristezas… de los apegos… del odio…

Poco a poco se fue convirtiendo en nada, todo aquello que alteraba su sensibilidad, todas esas emociones que percibía de los demás fue desapareciendo. Esa pequeña mopa en la que se había convertido en los últimos meses fue cambiando, fue exprimiéndose, fue vaciándose, hasta no sentir nada.

Sin embargo, hubo algo a lo que tuvo que dedicarle mas tiempo para vaciarse completamente… el miedo… el miedo era el más fuerte, el más antiguo, el más arraigado, el que no quería desincorporarse, ese mismo miedo que le alimentó en los momentos osados, ese mismo miedo que lo llevó hasta donde había llegado, ese mismo miedo que lo empujó por los abismos más impresionantes e inimaginables, ese mismo miedo que le demostró que estaba vivo. Ese miedo no quería desaparecer.

Fue una lucha de semanas, quizás meses. No sentía nada, solo miedo. Se había convertido en un ser nervioso, el miedo le estaba ganando la partida. No podía articular palabras, no podía dar pasos, el pánico lo estaba matando. Sus nervios se volvieron más agudos. La meditación no estaba funcionando, la música no hacia efecto, la soledad ya no le curaba.

Estaba a punto de rendirse hasta que una noche cuando se disponía a finalizar aquella batalla cayó en un nuevo viaje astral…

Ese viaje duró más tiempo del normal. Una semana en nuestro tiempo real. No escuchó voz alguna, sólo estuvo con la nada absoluta. Oscuridad, infinidad, no había nada, pero sabia que estaba allí, que se hallaba en la fuente, que se hallaba en el inicio de todo, que se hallaba con la energía, que se hallaba en el lugar sagrado, que estaba desconectado, que había despertado por completo, lo sabia.

No tenia que escuchar nada, pues no hacia falta sentir nada. Las verdades estaban allí, no tenia que creerlas, no tenia que verlas, no tenia que tocarlas, no tenia que sentirlas, no tenia que percibirlas, simplemente estaban allí, solo tenía que aceptarlas.

Su cuerpo, su mente y su espíritu se llenó de algo, se llenó de El Todo y en cuestión de minutos regresó nuevamente a la calidez de su hogar.

Al despertar, a la semana siguiente no sintió nada, no sentía emoción alguna. Sólo sintió que estaba lleno de El Todo.

Y en sus labios se reflejó una mediana sonrisa.
Pues en su interior él sabía la verdad.

Por Eleorana.
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