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Todo lo que ocurre afuera es un pasatiempo. La vida yace dentro.

domingo, 11 de octubre de 2020

ENLACE FINAL




Desperté en un lugar oscuro y húmedo. Sentía mucho frío. Busqué por todo el alrededor y no hallé nada para abrigarme. Me levanté y vi que me había quedado dormida en un parque solitario. Minutos más tarde frente a mí comenzó a revelarse el amanecer, estaba naciendo el día en todo su esplendor e iluminaba un lago que se encontraba en el parque haciéndolo parecer un gran espejo natural, su belleza era abismal y arropaba cada átomo de mi ser con tal serenidad que calmaba mis inquietudes e inseguridades. Me acerqué más para admirar tal belleza y recordé el tiempo que tenía sin apreciar la paz que la naturaleza tiende a dar en estas horas de la madrugada. Suspiré el aire profundamente, inhalando cada corpúsculo de pureza divina, llenándome de toda esa energía que colmaba toda mi esencia de una fuerza indescriptible. 


Más tarde comencé a dar pasos cortos, apreciando la textura de la grama con mis pies que se hallaban descalzos, desnudos de toda duda y toda la humedad producto del rocío, mojaban las plantas de mis pies, dejando una sensación de frescura y continué descendiendo hasta llegar a la orilla del lago, me agaché, tomé un poco de agua y me lavé el rostro, toda mi cara se impregnó de esa frescura que sólo deja el agua cristalina. Me refresqué un poco para perder el sueño que tenía y justo en ese momento me sentí bendecida por el grato momento que abrigaba mi soledad. Escuché el cantar de los pájaros que revoloteaban de alegría, una felicidad desmedida e incondicional, el ruido de las hojas de aquel árbol que yacía a mi espalda colmaba todo la orquesta natural que acompañaba el escenario autentico de la bondad natural. Sentí el viento rozar mi piel, me sentía bien, tranquila, en paz.


Este era uno de esos pocos días en los que mi cuerpo se sentía más liviano, despojado de la pesadez de las preocupaciones, de los problemas, de las situaciones que caracterizan la cotidianidad. Donde sientes que puedes volar en cualquier momento. Entonces advertí, el como los pájaros iban enmudeciéndose por períodos y cantando nerviosamente en otros. Se les podía escuchar claramente. Sus melodías aumentaban la velocidad y sus signos variaban como quien codifica indicaciones de alto riesgo. Un soneto de Vivaldi y su primavera que escapaba en medio del cantar de las pequeñas aves, era la armonía que describía aquel hermoso momento. Pensé, que lo supremo se puede hallar en los pequeños rincones del mundo, donde la simpleza toma la batuta y dirige los destinos de quienes le admiran con bondad, era simplemente maravilloso.


Sin embargo, sus cantos comenzaron a provocar en mí una aceleración repentina, no sabría cómo llamarlo, me sentía angustiada, perdida. Miré a mi alrededor y me pregunté: ¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí? Comencé a darme cuenta que no recordaba nada de mí o de mi vida… 


Inicié mi camino, temblando de frío, agobiada por la incertidumbre. Noté que todo a mi alrededor estaba sombrío porque la neblina comenzó a arropar las hermosas imágenes que frente a mí se encontraban, haciéndose cada vez más densa por la fuerza de la niebla que recién llegaba para ser parte de aquel momento. Salí del parque solitario y comencé a transitar por las calles de una ciudad que desconocía completamente. Me dirigía por un lugar extraño y desconocido, la calle que tomé estaba desolada y sin espectros de vida y un viento frío y silencioso me acompañaba a mi espalda, silbando con un tenue sonido musical, lleno de nostalgia y abrumadora tristeza que nada me ayudaba al pasar. ¿Dónde estarán todos? … me pregunté.


Seguí caminando. Quería ir más rápido que de costumbre pero mis miembros no hacían caso a mis deseos, sentía que iba a pasos cortos y lentos, como quien no deseaba andar por caminos desconocidos. La densa niebla me asfixiaba conforme la desesperación me embargaba. Tuve que detenerme súbitamente para reubicar mis ideas, para ordenar mi desorientación en medio de todo aquel ardid de desorientación. Para entonces, los colores se habían evaporado y habían adquirido un tinte más oscuro, más opaco, como un cuadro de Monet, donde las pinceladas se confunden con la pesada realidad de unos ojos que ya no ven. El verde había desaparecido. Ahora todo era gris como el concreto de viejas edificaciones.


Seguí andando en búsqueda de algo, un no sé qué, no sabía qué deseaba ni adonde quería ir, sin embargo, me dejé llevar por el instinto y continué por aquella calle que inicié en mi andar. La soledad perduraba por largos intervalos de tiempo que cada vez se hacían más eternos. No había nadie que me acompañara por aquel transitar, sólo el silencio de una paz eterna que tomaba más fuerza a medida de me adentraba por aquel escenario lleno de oscuridad. 


De pronto, vi un sitio a lo lejos de la calle del cual salía mucho ruido, era un ruido imperceptible, casi impalpable, aligeré el paso, quería llegar ahí lo antes posible, quizás anhelaba hallar a alguien que pudiera aclarar todo lo que no podía comprender de aquel extraño lugar. Me acerqué porque era el único lugar que daba señales de vida, así que decidí asomarme y observar lo que había dentro. Aún no recordaba por qué yacía en aquél lugar misterioso, cómo llegué allí, qué hacía allí, no lo sabia, y esas dudas estaban haciendo un hueco en mi alma. No obstante, dejé de pensar y decidí continuar, sin dejar que mi mente divagara tanto en mis pensamientos, que cada vez ganaban más terreno y me alejaban de la quietud que había sentido minutos atrás. A pesar de las múltiples sensaciones que pudiera sentir había un magnetismo que me atraía a aquel lugar y no podía oponerme para escapar a esa fuerza que me encantaba a medida que me acercaba más y más. 


Por fin, llegué al sitio. La puerta estaba cerrada, lo cual me asombró, pues el ruido que provenía de adentro parecía que traspasaba cualquier muro que se le cruzara en el camino, y aunque seguía sin distinguir el origen y la melodía, este me envolvía como una manta cálida y suave, calmando mi ansiedad. Pero yo quise continuar, no tenía otra cosa que hacer en medio de aquel desorbitado lugar. Además,  ¿Adónde iba a ir? ¿A mi cotidianidad? ¿Al hastío? Ya no tenía claro cuál era mi destino. 


Así que traspasé la pesada puerta de cedro, que hacía ruidos guturales al momento que la empujé y a los cuales la aldaba respondió con unos sonidos agudos como expresando los lamentos de una soledad añeja. Sin sentir algún tormento, continué con mis indagaciones y decidí adentrarme a aquel lugar desconocido, parecía una niña explorando los misterios de la vida y sus lugares que le servían de adorno. 


Mis ojos, al entrar a aquel sitio, perdieron por un instante la visibilidad, acomodándose a la oscuridad de la pocilga, mientras mi nariz se dedicaba a percibir todo tipo de olores bizarros sin saber de donde provenían o a qué pertenecían. Mi mente estaba confusa, buscando pasados oníricos para llevarlos al presente y tratar de descifrar el enigma que estaba viviendo en ese instante. Escudriñar en la oscuridad para darle sentido a los motivos por los cuales me hallaba allí, tan pérdida, tan fuera de mí, tan lejos de mi todo. Tan ausente de lógica y sentido. Me sentía muy extraña, era como si fuera parte de ese todo oscuro, pero a su vez me sentía distinta como si estuviera en el lugar equivocado, como si realmente ya no perteneciera allí, y que me encontraba extraviada porque en algún lugar de mi vida, perdí la brújula de mi existencia. Así me sentía, mientras trataba de darle sentido a todo aquel ardid, a mi extraña forma de vida, que se había metamorfoseado en un no se qué, en una cosa rara que andaba por los terrenos movedizos de la existencia terrenal.


De pronto, la silueta de algo, atravesó rápidamente como un espectro, el desolado sitio al que había entrado segundos atrás. Fue tan rápido su pasar que mis ojos no pudieron distinguir la figura de aquella silueta, pues yo estaba buscando el reconocimiento de alguna persona familiar en mis recuerdos, de pronto me di cuenta que no tenía recuerdos de nada, ni de nadie, así que el ejercicio asociativo que quería efectuar perdía sentido ante aquella revelación que estaba experimentando, y me sentí más perdida aún, me sentí absorbida por la fuerza oscura de aquel lugar.


 ¡Quise gritarle a la figura que traspasó el lugar pero mi voz no respondió al mandato! Me estremecí. Una ola de miedo y terror comenzó a subir por mi cuerpo al sentir que no podía hablar, que había perdido mi voz de manera instantánea ¿Qué me sucede? Me pregunté. Me forzaba por dar respuestas a mis inquietudes, pero todo era efímero, incomprensible para mí, pues mi mente estaba llena de temores y miedos que me alejaban de un pensar correcto y lógico, en medio de todo aquel momento aterrador. 


De pronto observé como la silueta había vuelto de forma inesperada, era de un joven extraño, se dirigió frente a mí y me miró dulcemente sin decir palabra alguna, de pronto dio vuelta para perderse nuevamente, en alguna parte de aquel sitio, mientras yo seguía en mis indagaciones mentales, dando respuestas a mis posibilidades que habían eclipsado, sin revelar nada de aquel lugar ¿Qué me sucede? Mis preguntas se habían convertido en mandatos insignificantes y abrumadores. Dirigí mi vista al lugar donde había desaparecido aquel chico, tratando de encontrar alguna razón lógica para su evaporación inesperada. Quizás me llevaría a otro sitio si llegó ahí, pensé mientras mi mirada se mantenía suspendida en el espacio de la nada absoluta esperando que aquella silueta reapareciera frente a mí otra vez y me diera todas las respuestas a las inquietudes y dudas que paralizaban mi andar.


Por varios minutos que quedé ahí, inmóvil y ausente esperando a que algo sucediera. Hasta que aquel chico volvió a reaparecer sin aviso y con aquel extraño aire de misterio que lo caracterizaba. Mi mirada se fijó en él perfectamente como quien toma con sus manos lo que realmente quiere, sin soltarlo nunca. Luego, observé como la silueta de aquel chico nuevamente comenzó a abrirse pasó hasta llegar a una pared. Así que mi mirada continuó trazando su trayecto hasta que su cuerpo desapareció súbitamente a través de la pared de madera, era como si su cuerpo hubiera atravesado aquella solidez de una forma instantánea y sin esfuerzo, como si cada célula de su ser se hiciera uno con tanta solidez y me estremecí, de nuevo. 


 ¿Cómo? Yo no podía creerlo. Quizás mi desorientación me estaba haciendo una mala jugada y traté de calmarme para no perder la cordura y el control. Sí, sí, había sido muy tonto de mi parte pensar tal estupidez. Pensar que aquel chico había atravesado la pared de madera era una locura. Ahí tiene que haber una puerta que desde aquí no puedo apreciar, pensé en medio de un silencio turbador que no ayudaba a mis razonamientos.


Estaban mis pensamientos atando especulaciones por lo sucedido cuando sentí el llamado por mi espalda de un dedo que me tocó dos veces, demandando mi atención. Salí vertiginosamente de mi ensimismamiento y volteé velozmente hacia atrás, pero sólo encontré el vacío que cubría aquel extraño lugar. Otra jugarreta de mis nervios, pensé. Entonces, recuperé la compostura pero cuando giré mi cabeza nuevamente hacia el frente, me conseguí con la cara de aquel chico antes visto y que había desaparecido frente a mí en un santiamén y en circunstancias bastante extrañas y difíciles de entender.


Su rostro era angelical, pero sin expresión alguna. Me miró con nostalgia, podría decir que dolor. Levantó su mano derecha y me indicó que lo siguiera. Yo obedecí como cual oveja desorientada. Me dejé guiar por aquel extraño sin saber adónde me llevaría. Ya no sentía miedo, todo se había calmado, al menos ya no me sentía sola en aquel mundo tan extraño. Le seguí sin preguntas, le seguí con una calma desmedida. No había dudas, sólo resignación en cada paso que daba por aquel espacio oscuro y espantoso que arropaba mi existencia por un mundo oscuro y borroso.


Llegamos al umbral de una puerta y quise preguntarle donde estábamos, pero como si leyera mi mente se volteó a mí y con su dedo encima de mis labios, me indicó que guardara silencio. Yo intenté desobedecerle, pues eso de andar a ciegas no era mi mejor actitud, siempre quería estar al tanto de todo lo que ocurría entorno a mí, pero era innecesario cada esfuerzo que pudiera reflejar porque mis oposiciones no eran atendidas ni escuchadas por aquel extraño joven que simplemente se limitaba a enseñarme el camino por el que debía continuar. 


Segundos más tarde entramos a un cuarto que cambió completamente de color, pero el cambio de contraste inadvertido me produjo nauseas y un súbito desaliento, tuve que apoyarme parcialmente en la pared contigua a mí, ya que todo mi ser se rendía ante la frialdad de aquel momento, era como si algo iba a suceder inmediatamente después de atravesar el lugar que estaba descubriendo. 


Él me miró sin expresión alguna como si la tristeza lo embargara, pero transmitiendo una comprensión casi vívida. Palmeó mi hombro con un aire de melancolía. Fue como si hubiese absorbido mis desavenencias porque sentí un estado de paz y serenidad que no había sentido desde que había entrado a aquel lugar, luego me dijo: “¡Mira!” mientras señalaba dos cuerpos que se encontraban en el centro de aquella inmensa sala.


 Yo no comprendí lo que intentaba decirme, así que le pregunté: “¿Qué? No entiendo lo que me pides ¿qué debo mirar?”. Y el chico rozó mis labios nuevamente por un instante para que yo guardara silencio y me repitió para mis adentros y con mirada suplicante, casi delirante: “¡Mira!”


Así que me acerqué al lugar donde se hallaban aquellos cuerpos. Mi visión comenzó a nublarse. Mis nervios se activaron sin control, mi cuerpo ya no respondía a mi fuerza interna. Sentía que iba a desmayar ante lo que me revelaban mis ojos al posarse ante aquel lugar borroso pero significativo que se abría frente a mis ojos y mi entendimiento. 


De pronto el lugar cambió inesperadamente. Me vi rodeada de muchas personas. La habitación tomó luz, color y contraste. Algunos de los rostros eran familiares pero no podía recordar sus vidas, sólo sabía que algo me ataba a ellos. Había un ruido silencioso como murmullos melancólicos. No podía entender qué decían, pues sus voces se mezclaban sin claridad, generando un sonido borroso, casi como susurros silenciosos. 


Miré todo el lugar, estaba adornado de flores hermosas y llamativas. Seguí observando muda por el contraste. ¿En qué momento pasé a otra dimensión? Ni cuenta me di. Sólo sabía que de un lugar pasé a otro sin descifrar el momento, pensaba sin discernimiento, ya que mi mente se había desbordado de la inmensidad del instante, ese sentir que abarcó el todo y la nada al mismo tiempo.


De pronto, escuché una voz que se levantó por encima de las otras, era un hombre mayor y señalando uno de los cuerpos que se encontraban en medio de la sala; dijo: “Ella ignoraba tanto el Infierno como el Purgatorio, y cuando la hora llegó al entrar en aquella noche oscura, ella miró la cara de la muerte, así como un recién nacido, sin odio y sin remordimientos”.


En aquel momento, contemplé a aquellos dos cuerpos que se hallaban postrados en el centro de la sala. Fue cuando comprendí y logré mi estado de quietud, pues reconocí a aquel joven en uno de esos cuerpos. Recordé inmediatamente mi vida y entendí el propósito de cada mirada y de cada gesto que él hizo minutos atrás, pues era mi guía, era mi ángel guardián, como lo fue en vida. Fue, entonces, cuando se postró delante de mí y de sus labios salieron aquellas palabras que nunca dejó de decir en nuestro camino por la vida:


- ¡Mi amor, no te inquietes! Tú y yo estaremos juntos eternamente y aunque a veces te pierdas en el laberinto de tu ausencia, te encontraré al inicio del ocaso o al final de la aurora, pero siempre antes que amanezca. Ahora ven, es hora de continuar…

Por Glosmarys Camacho

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